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{ARTÍCULOS DE OPINIÓN}

'Pero hermoso'

Las palabras suenan a jazz en el libro de Geoff Dyer

El Cadillac devora voraz litros de gasolina. Sus faros trazan un sendero de luz que atraviesa la noche. En el interior del coche, Duke Ellington sueña sus nuevas canciones mientras Harry Carney se concentra en mantener el vehículo en el asfalto, rumbo al próximo concierto. “Todo empezaba con una sensación, una impresión, algo que había visto u oído que luego él traducía a música. Al salir de Florida habían escuchado la llamada de un pájaro invisible, tan perfecta y bella que habrían jurado que lo habían visto perfilado sobre el sol que enrojecía el horizonte. Como siempre, no tenían tiempo para detenerse, de modo que Duke anotó el sonido y luego lo aprovechó como base para ‘Sunset and the Mocking Bird’”. La ciudad sin nombre espera a cientos de kilómetros.


Así, metiéndonos en un baqueteado Cadillac con dos gigantes de la música, comienza Geoff Dyer, ‘Pero hermoso’, uno de los libros más originales que he leído. El viaje de Ellington y Carney le sirve a Dyer para hilvanar otras siete historias sobre músicos de jazz, artistas que se entregaron a una música que cambiaron para siempre. Los relatos no tienen título y sí una fuerza visual increíble. Dyer tiene la habilidad para hacernos sentir la fragilidad de esos gigantes maltratados y nos permite ver a Lester Young atrapado en una habitación de hotel, destruido tras hacer la ‘mili’ en el racista ejército estadounidense de los cincuenta, a un alcoholizado Ben Webster viajando en un viejo tren a Nápoles, con su traje mantel, o Art Pepper tocando el saxo en el patio de San Quintín.


Tras una ráfaga de notas retorcidas da la impresión de que el solo no tiene por dónde seguir. Nadie se mueve, los presos se quedan donde están, rodeándole como a un boxeador tirado en la lona mientras intenta recuperarse. Escupiendo notas mal articuladas como dientes rotos, preparándose para levantarse agarrándose a la cuenta del árbitro. Los prisioneros, solo escuchando, saben que está tocando sobre algo no superior, sino más profundo que la dignidad, el amor propio, el orgullo o el amor, más profundo que el alma: la capacidad de recuperación del cuerpo. Dentro de unos años, cuando su cuerpo se haya convertido en una reserva de dolor, Art recordará la lección de aquel día: si puede levantarse, puede tocar, y si puede tocar, puede tocar bien”.

 

Dice Dyer –admirador confeso de John Berger, a quien dedica su libro– que las fotografías de jazz están llenas de sonidos. Como este retrato de Carol Rieff de Chet Baker vaciándose a través de su trompeta en el mítico Birland, donde Dyer escucha también el tintineo de los vasos del público. Chet Baker -el ‘Shelley del bebop’, el “arquetipo del músico de jazz maldito”-, protagoniza uno de los relatos, convertido en un hombre sin reflejo, un vampiro emocional, un yonqui con su hermoso rostro derrumbado. Baker y Pepper son los dos únicos blancos. No se libran de esa pulsión (auto)destructiva que parece afectar a casi todos los demás, pero sí del racismo que sufrieron Lester Young, Bud Powell, Charles Mingus, Thelonious Monk, Duke Ellington o Ben Webster, los protagonistas de los seis relatos, con más de una paliza policial incluida. Con metáforas y símiles poéticos de gran belleza, Dyer nos hace escuchar su música, sentir su pasión, su entrega total al jazz en vidas demasiado veloces, demasiado breves, donde la locura estaba a la vuelta de la esquina.


Para los músicos de jazz de la era bebop llegar a la mediana edad parecía casi un sueño de longevidad. John Coltrane murió con cuarenta años, Charlie Parker con treinta y cuatro; hacia el final de sus vidas los dos admitieron que ya no sabían hacia dónde tirar musicalmente. Muchos otros han fallecido en la cima de sus facultades o antes de desarrollar todo el potencial de su talento (…) Tipos que en cualquier otra vida no habrían triunfado como banqueros, ni siquiera como fontaneros, en el jazz podrían ser genios, sin él no habrían sido nada. El jazz ve cosas, saca cosas de la gente que la pintura y la literatura no ven (…) Dado el estilo de vida –alcohol, drogas, discriminación, viajes extenuantes, horario agotador– es de esperar una expectativa de vida ligeramente menor a la de quienes toman un camino más tranquilo en la vida. Pero aun así, el daño sufrido por los músicos de jazz es tal que uno se pregunta si no hay algo más, algo en el género mismo que se cobró un peaje terrible en quienes lo crearon”.


Ni John Coltrane, ni Dizzy Gillespie, ni Miles Davis, ni Charlie Parker –en quien se inspiró Cortázar para ‘El perseguidor’–, son protagonistas, aunque aparezcan de fondo o se les mencione en el ensayo que complementa los ocho relatos. Como los grandes libros, ‘Pero hermoso’ tiene varios niveles de lectura. Si te gusta el jazz descubrirás enseguida las anécdotas de las que parte Dyer para escribir sus relatos, pero intuyo que dudarás antes de afirmar con rotundidad que esa historia nunca ocurrió. Porque todas las historias parecen verosímiles, aunque no todas sean reales. En un puñado de páginas Dyer crea semblanzas inolvidables que muestran el reto titánico y emocionante de estos músicos por encontrar un sonido propio, improvisando noche a noche un estilo inconfundible, alimentados por “el alarido, el grito que constituye el latido de la música negra, un grito de pena, de esperanza, de desafío, de dolor”. Sí, incluso los dos blancos malditos./Joaquín Armada desde 'Después del Hipopótamo'.


* ‘Pero hermoso’. Geoff Dyer. Penguin Random House. Barcelona, 2014. 224 páginas, 16,90 euros.


* Pd.: La primera fotografía es un retrato de John Coltrane, pensando en mitad de una grabación, con su esposa Alice al fondo. Me gusta mucho, aunque no he logrado descubrir quién es su autor. La última es un retrato de Milt J. Hinton. De izquierda a derecha: Red Allen, Ben Webster y Pee Wee Russell, una imagen que sirve a Dyer para explicar cómo ha escrito sus relatos a partir de instantes como éste: “oímos a Ben pasando las páginas del periódico y el roce de la tela cuando Pee Wee cruza las piernas (…) las mejores fotografías parecen prolongarse más allá del momento que describen, lo que acaba de decirse, lo que estaba a punto de decirse“.



Autor: Joaquín Armada

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