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{ARTÍCULOS DE OPINIÓN}

El domador de elefantes y el circo de Atenas

Para ser domador de elefantes no es preciso haber nacido en algún remoto y exótico poblado perdido de la India o de la tundra africana. Ramón consigue que sus paquidermos hagan piruetas sobre un diminuto timbal y su familia es natural de Gimileo, un pequeño pueblo de La Rioja. Ahora, Ramón está de vacaciones. Los circos también desmontan la carpa de vez en cuando y sus currelas abandonan, por unos días, los esmoquin de lentejuelas, los trapecios, las narices de ciruela y las sonrisas pintadas de oreja a oreja.


En vaqueros y con un polo de Zara, Ramón entra en la cafería y se acoda en la barra dispuesto a disfrutar de un desayuno tranquilo, de la lectura del periódico, del café y del pincho de tortilla. Se ríe para sí cuando recuerda cuantas veces le han dicho que no es bueno mezclar dulce y salado. Consejos sobre tomar precauciones y no asumir riesgos a él, que cada día se sitúa bajo un animal de 7.500 kilos, que se levanta sobre sus cuartos traseros mientras saluda al respetable.


Un simple vistazo al abanico que forman los periódicos sobre el brazo que cierra la barra y la enlaza con la pared le alerta de una sorprendente coincidencia. Todos, los cuatro nacionales y los tres regionales, abren con similares titulares. Todos alertan sobre las decisiones que está asumiendo Grecia. Extraordinaria y curiosa coincidencia, se dice.


Grecia es también el tema de conversación de Manuel y Ramiro. Cumplida la caminata mañanera dan buena cuenta del almuerzo mientras abordan el enfrentamiento diario de opiniones contrarias, sea cual sea el tema a tratar. Uno pasa las páginas de La Razón y suelta un “ves cómo te decía yo”; el otro repasa la portada de El País y arroja “ya te lo había dicho”.


Manuel y Ramiro han pasado ya por la aprobación de la cadena perpetua y no están de acuerdo, tampoco sobre la Ley Mordaza. Ramiro le recuerda a su amigo que con la nueva norma puede llegar un momento en que no puedan disfrutar de estos momentos de café y prensa. Por supuesto, si uno cree que Casillas y Ramos deben abandonar el Madrid, el otro propone que La Castellana pasa a denominarse Avenida de Iker y Sergio. Hace tres días no sabían pronunciar Pogba, pero esta mañana ya lo han situado en cuatro posiciones diferentes en el once del Barsa.


Ahora, están con Grecia y el debate ha subido de temperatura. Si uno apunta que la Unión Europea se está pasando un par de pueblos con los griegos, el otro le recuerda que las deudas se pagan. Y siguen. Si uno considera que Tsipras no sabe dónde se ha metido al convocar el referéndum, el otro defiende que la opinión del pueblo es lo más importante, que la democracia no es sólo votar cada cuatro años. Manuel asegura que Grecia quiere pagar pero no puede y Ramiro lee entonces las palabras de los presidentes de los principales países de la UE: “si no cumplen deberán salir de la eurozona, euro o dracma". Euro o drama, bromea graciosillo, mientras hace con los dedos índice y pulgar ese gesto tan característico de “¿lo has pillado?”.


Manuel recuerda entonces el Fondo Monetario Internacional ha reconocido que las medidas que obligaron a tomar a los griegos no han dado resultado y que no comprende porqué insiste en continuar por el mismo camino. Ramiro lee una columna de opinión en que califican a los griegos de caraduras. Levanta la vista de las páginas y apuntan que todo el circo que se ha montado es más político que económico, que quieren dar una lección a los partido emergentes, que si Varufakis es un chulo de barrio, pero que igual no le falta razón, que si Alemania es cruel e insensible… que si del espíritu original que llevó a la fundación de la Unión Europea –el comercio como vehículo de paz y la solidaridad- ya no queda casi nada, que si los griegos han sufrido tantos recortes que ya no sienten ni padecen, que sólo les queda la dignidad…


Ramón trata siempre de no inmiscuirse en la conversación de los dos jubilados, pero aquella mañana Ramiro está un poco más encendido que de costumbre y lanza un inquietante: “¿O no, Ramón?...”


… y Ramón se suelta, pero a su estilo, como si estuviera aún bajo la carpa del circo, donde cada palabra forma parte de un relato, de un pequeño cuento.


Cuando la gente visita las entrañas del circo, siempre se sorprende al descubrir que animales del tamaño y la fuerza de los grandes elefantes permanecen quietos y tranquilos atados por una soga que, a primera vista, no debería representar una gran resistencia a un intento de fuga. No lo intentan. En cambio, al girar la vista a las crías, el visitante constata sus infructuosos intentos de huida. Tiran y tiran de la cuerda sin lograr soltarse, no tienen aún la fuerza suficiente. Lo que conseguimos así es que el animal interiorice que es imposible soltarse, de modo que al crecer y hacerse adultos, no lo intentan. Creen que es imposible”.


Manuel y Ramiro le mira con cara de ¿y…?


“…pues que los domadores siempre tenemos el temor, siempre tenemos la duda, sobre qué pasaría si un día un elefante rebelde lo intenta, prueba a soltarse y lo logra, si movido en un afán de cambio y libertad pusiera todo su empeño en soltarse…”./Javi Muro



Autor: Javier Muro

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