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{ARTÍCULOS DE OPINIÓN}

Las palabras olvidadas

De un tiempo a esta parte nos hemos ido acostumbrando al uso de palabras que, hasta hace bien poco, nos eran totalmente desconocidas. Hablo de la introducción de vocablos nuevos, procedentes en su mayoría de la incorporación de las nuevas tecnologías en nuestras vidas. De este modo, ahora usamos “bloguero”, “hipervínculo”, “dron”, “Wifi” o “tuitear” como si hubieran estado siempre ahí, aunque no haya sido así. La RAE las admite y las ha ido incorporando al diccionario acorde a los nuevos tiempos que nos rodean.


Estas palabras nuevas son hermosas, como todas las voces, porque incluso aquellas que nos pueden parecer feas, antiestéticas o deslucidas, lo son. Las palabras son vida y nos ayudan a mejorar nuestro lenguaje. Son una forma de ampliar el conocimiento.


Incorporamos nuevas palabras a nuestro vocabulario y sin embargo, poco a poco, olvidamos otras que se van quedando acalladas por el no uso y el abandono.


Ayer vi en un informativo nacional una noticia relacionada precisamente con este tema donde se hablaba de palabras tan bonitas como “pardiez”, “alboroto”, “amalgama” o “hecatombe”. ¿De verdad ya no se usan? Pue parece ser que así es, que ya nadie las quiere y que están condenadas al olvido. De hecho, entre la gente preguntada por ellas en plena calle, muchos desconocían su existencia o significado.


Sentí pena por esas palabras. Está bien ir a la moda y utilizar los nuevos vocablos, pero no entiendo por qué razón nos empeñamos en acabar con lo viejo en favor de lo nuevo. No es necesario. La coexistencia es buena.


Otro fenómeno, cada vez más extendido, que está ayudando a la eliminación y olvido de magníficas palabras del diccionario, no tan arrinconadas como las que decíamos antes, pero que con el tiempo acabarán igual, son nuestros queridos políticos y su manía por lo políticamente correcto y no sexista. Sé que muchos no estaréis de acuerdo conmigo en este asunto, pero es que no me lo podía callar más ya que estamos llegando a un punto en el que esos discursos rozan el ridículo y la exasperación. Os voy a poner un ejemplo.


«Queridos amigos y amigas:

Muchas gracias a todos y todas por vuestro apoyo a los candidatos y candidatas del partido. Los diputados y diputadas que hemos obtenido harán su trabajo para mejorar la situación difícil de los ciudadanos y ciudadanas de este país…»

 

¿De verdad es necesario?
Estos desdoblamientos resultan, para mí, demasiado artificiosos y redundantes, y nos olvidamos de que el lenguaje no tiene sexo. Tiene género, que no es lo mismo. Además, existen palabras neutras que se pueden usar. Para eso están. Y otras que engloban a ambos géneros (masculino y femenino) como ciudadanía, gente, alumnado, etc. También existen los artículos para designar género sin necesidad de inventarnos palabras raras. Todos nos acordamos del famoso miembras* de cierta ministra.


A veces, al escuchar a nuestros políticos, me acuerdo de algunos trabajos de un montón de páginas que nos mandaban hacer en el colegio. Pongamos, por ejemplo, 20. Llegados a la 15 sin nada más interesante que añadir, uno se planteaba la necesidad de rellenar el resto con lo que vulgarmente llamábamos paja. Claro que, si entonces hubiera estado de moda el desdoblamiento del lenguaje, nos hubiera resultado mucho más sencillo completar el trabajo.


Otro aspecto a tener en cuenta, también muy extendido, es decirlo todo en inglés. Sustituimos nuestras expresiones y palabras por términos ingleses creyendo, al parecer, que eso nos hace más modernos. Decimos community manager en lugar de gestor o responsable de comunidades. Escribimos merchandising en vez de promoción comercial. Y nos quedamos tan panchos cuando hablamos de CEO y no del director general o el gerente.


En fin. Que por una cosa u otra, al final, las perdedoras son las palabras y, por supuesto, nuestro lenguaje. Eso que nos hace libres. Y yo propongo que las recordemos. Que las usemos. Hagámoslo. Utilicemos palabras olvidadas como parangón o pololo, ciudadanía o juventud. Usémoslas y démosles una nueva oportunidad porque no hay nada que nos haga fruir más que la usanza de esos voquibles que merece la pena membrar./Verónica García Peña autora de Bendita Palabra y 'De cómo Feliciano San Feliz quiso matar a sus vecinos'



Autor: Verónica García Peña

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