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{ARTÍCULOS DE OPINIÓN}

Me autorretrato, luego existo: 'Ellas mismas'

Por favor, deja de leer. Sí, deja de leer e intenta recordar el nombre de cinco pintoras. Solo cinco. Tómate tu tiempo, pero vuelve. ¿Qué tal? ¿Cómo te ha ido? ¿Has recordado cinco pintoras? ¿Cuatro… dos… una? Si has superado este pequeño reto, mi más sincera enhorabuena. Yo fui incapaz. No he repasado mis manuales de Historia del Arte para comprobar que, sencillamente, no podía recordar lo que no había estudiado. Sé que ellas no están allí.

 

Esa ausencia imperdonable de decenas de pintoras magistrales de la historia oficial es la razón principal por la que Ángeles Caso ha creado ‘Ellas mismas. Autorretratos de pintoras’. Escribo creado y no escrito porque Caso ha hecho mucho más que escribir este ensayo. La escritora ha logrado convencer a millar y medio de pequeños ‘mecenas’ para que se embarquen en la creación de este libro tan hermoso como necesario, ante el incomprensible rechazo editorial. Visto el magnífico resultado, sorprende la ceguera de los profesionales.
Imposible ver lo que se esconde. Durante siglos, las pintoras lucharon contra las limitaciones impuestas por sus contemporáneos: peor formación, prohibición de retratar desnudos… Vencerlas en vida no fue suficiente. Una vez muertas, “silenciaron los nombres de las artistas, escondieron sus cuadros en los almacenes (…) llegaron incluso a saquear su obra, robándosela y atribuyéndosela a artistas hombres”. Así, algunos de los mejores lienzos de Sofonisba Anguissola (1532-1625) se atribuyeron a Alonso Sánchez Coello y Juan Pantoja de la Cruz; Judith Leyster (1609-1660) fue suplantada por Frans Hals y Lavinia Fontana (1552-1614) ‘confundida’ con Guido Reni.

 

Puede que hayas recordado sus nombres al comienzo de esta reseña. La mejicana Frida Kahlo (1907-1954) y la polaca Tamara de Lempicka (1898-1980) son dos de las pintoras más famosas del siglo XX. Sus imágenes nos rodean. Quizá por esta abrumadora sobredosis, Caso les dedica un espacio mínimo. No creo que sea el mismo motivo el que explique la ausencia de Vivian Maier, la niñera que fotografió en silencio el Nueva York de mediados del siglo XX. En un año en el que varias exposiciones han rescatado su obra, destaca la ausencia de alguno de sus originales autorretratos.
Caso narra la vida de setenta y dos pintoras y ocho fotógrafas con nombres y apellidos. Imposible contar la vida de las que pintaron antes, pero no obviar su existencia. Como Guda, Diemudis y Claricia, tres monjas que escondieron su autorretrato en letras capitulares de los manuscritos que ilustraban. Antes, pintaron otras. La mitad de las manos prehistóricas impresas en cuevas son de mujeres, tal y como demostró un programa informático a partir de la relación existente entre los dedos índice y anular. ¿Por qué no pensar que esa insuperable pintura rupestre en la que estás pensando es obra de una mujer? Es una hipótesis fascinante.


CUADERNO DE ROBOS (XXII): Ángeles Caso retrata a Clara Peeters.


“Clara Peeters se echó a reír: había vuelto a hacerlo. La maestra contó de nuevo: uno, dos, tres… hasta dieciséis. Hasta en dieciséis ocasiones se había representado a sí misma en el cuadro que acababa de terminar. Dieciséis Clara Peeters, dieciséis autorretratos pintados como reflejos en la copa dorada y en la jarra de estaño de su nuevo bodegón de desayuno. Le encantaba esa broma, disimilar su propia imagen de esta manera, dentro de alguno de los lujosos objetos que solía representar en sus naturalezas muertas. Así podía viajar muy lejos, semioculta dentro de sus propios cuadros, llegar hasta La Haya y Roma, hasta Londres y Viena.


Este bodegón acabaría en Madrid, estaba casi segura. Un caballero español se había presentado el día anterior en su estudio, y había estado dando vueltas, olfateando los cuadros como un sabueso, colocándose los quevedos una y otra vez en el extremo de su nariz ganchuda y musitando rotundas palabras en español. Parecía haberle gustado mucho uno de sus novedosos bodegones de caza, y también el de los pescados y la alcachofa. Pero el que más le había interesado era este último, aún inacabado en el momento de su gran visita, su nuevo bodegón de desayuno, con el gran ramo de delicadas flores a la izquierda y los ricos frutos secos en el centro.


Clara Peeters sabía que aquel noble misterioso, con su ropa oscura y su barba canosa, era en realidad un agente del rey de España. Le había visto merodear por los mercados, en la zona donde siempre se colocaban las vendedoras de cuadros, y todo el mundo sabía que su misión en Amberes era adquirir lienzos para la colección de Felipe III. Si regresaba al día siguiente, tal y como le había dicho, era muy probable que sus flores, sus frutos secos y los dieciséis reflejos de sí misma terminasen colgados en alguna sala del Alcázar madrileño. Desde allí, disimulaba entre los brillos de sus delicados objetos, podría observar a las enanas de la corte, que habían formado una diminuta orquesta de damas, según se decía, y a las infantas con sus grandes faldas, como reinas en pequeñito. Clara Peeters agitó los dedos de su mano derecha, sucios aún de pintura, ante sí misma, y se deseó buena suerte…”./Joaquín Armada desde 'Después del Hipopótamo'


* ‘Ellas mismas. Autorretratos de pintoras’. Ángeles Caso. Libros de la letra azul. Oviedo, 2016. 272 páginas, 35 euros en tapa blanda y 50 euros en tapa dura.



Autor: Joaquín Armada
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