2449

{ARTÍCULOS DE OPINIÓN}

Quince años truncados

La Taberna de Manuela

Lucía supera por fin su extravagante y rentable aventura con Luis con un rostro sonriente, menos tenso, más parecido al de antes de conocer a aquel argentino. Lucio siempre ha pensado que sus padres le impusieron una condena al bautizarle con semejante nombre. Una losa que se hace patente al leer un reportaje en el que Lucía aparece entre los nombres más puestos y más bellos. Una vocal y un acento que suponían una brecha insalvable entre la belleza de Lucía y el tono gris tormentoso de Lucio. Un reportaje que supone risas varias en la Taberna de Manuela. Risas que no tardan en llegar.

 

Lucio abre su particular escudo de defensa para estos casos en forma de gilipollez verbal. “Luego se quejarán de que no venden periódicos. El país a punto de irse barranco abajo y dedican una página a los nombres más populares”. En la tele hablan de los datos del paro, como siempre, una buena noticia para unos, una mala para otros. “Datos”, añade Lucio cambiando intencionadamente de tema. “Si, si datos”, responde Lucía. “Escucha, escucha”, señala con el dedo hacia la televisión. “Ves, dicen que los que se llaman Lucio no tienen derecho a ascensos en el trabajo”. Manuela tira un trozo de pan a Lucía mientras Lucio coge su café y sin pronunciar palabra se retira al fondo de la barra. “¿Pero qué he dicho?”, pregunta Lucía.

 

Lucio vuelve a la realidad. Aquel hombre cuarentón lleva dos semanas sin trabajar inmerso en un expediente que no promete nada bueno. Lucía no lo sabe; Manuela si. Lucio se encarga de la logística en una empresa de distribución de farmacia. Tras quince años, esperaba un reconocimiento de la dirección pasando de encargado a jefe de logística. Un simple cambio de concepto, ya que el trabajo seguiría siendo el mismo, si bien, ese cambio incorporaba una subida de sueldo de un 25 por ciento. Era el reconocimiento prometido y por el que había trabajado unos cuantos años. Hace dos semanas, la dirección le convocó a una reunión a él solo. Lucio sabía que ése era el momento que llevaba esperando. Él mismo sabía que se lo merecía. Le temblaban las piernas solo de pensar que entraría dónde Manuela y por fin, podría contarlo. Su fama de polémico y ‘discutidor’ en la taberna se transformaba en serio y eficaz en el trabajo. Sin embargo, la dirección le comunicó el inicio de un expediente debido a un considerable descenso de pedidos que evidentemente se traducían en un considerable descenso de ingresos. Lucio era consciente de aquel descenso de actividad, pero en ningún momento sospechó que la situación era tan delicada. El expediente incorporaba una importante merma de personal y una situación límite. Su ascenso de categoría, su reconocimiento, se transformó en un “tú te quedas” que sonó más a imposición que a recompensa.

 

Lucía, sin intención alguna, había dado en la diana, en el centro de la diana. Quizá porque la joven había oído tantas veces a Lucio hablar de su ascenso pasados los quince años en la empresa que por ningún motivo pensó que aquella carrera profesional podría verse truncada.

 

La joven, tras enterarse por Manuela, se levantó y se dirigió al fondo de la barra. “Lucio, disculpa, no sabía nada”. “No pasa nada, Lucía, no es culpa tuya, es esta puta crisis que nos va a terminar por machacar a todos”. “Eres un hombre listo, te irá bien, además no es responsabilidad tuya lo del expediente. Yo en cambio puedo decir en mayúsculas que soy gilipollas”. “Problemas en el trabajo también”, respondió Lucio sin levantar la mirada de la barra. “Qué va. Yo es que me he acostado con un argentino que no conocía de nada y me ha pagado”. Lucio miró de repente a la joven con unos ojos que exigían más explicaciones. “Si, que el pavo se sentía mejor pensando que era puta”.


Ramiro, inmerso en su mundo de los portugueses y las mafias y ajeno a todo llegó a la Taberna pidiendo, o mejor, gritando un gintonic. “Mañana, otro reportaje”./@RobertoOrio desde 'Reportajeados'



Autor: Roberto Orío

Suscripción a la Newsletter Enviar