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{ARTÍCULOS DE OPINIÓN}

Un baile literario por las calles de Calahorra

Francisco Bescós traslada la ciudad riojana a la novela negra con 'El baile de los Penitentes'

El Baile de los Penitentes (ed. Almuzara) supone el salto de Calahorra al ring literario: porque la primera novela de Francisco Bescós (Oviedo, 1979), ganadora del VIII Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona, coloca a la capital de La Rioja Baja en el panorama del relato policial en castellano.


Un miércoles de Semana Santa, por la mañana, los vecinos de la muy noble ciudad de Calahorra se topan con una noticia que habrá de trastocar el orden natural de las cosas: la aparición del cadáver de una niña gitana, asesinada y semienterrada a la orilla de un campo de hortalizas, en la carretera de Arnedo.


A la ciudad tranquila, donde nadie hace demasiadas preguntas, llegan las cámaras de televisión y con ellas la curiosidad de todo el país. “Calahorra es Calahorra, el lugar donde nunca pasa nada malo, ni una gota de sangre desde la ocupación romana” se trata de convencer a sí misma la teniente de la Guardia Civil Lucía Utrera, perpleja ante los acontecimientos, presionada por sus jefes para encontrar al asesino antes de que algún periodista les sonroje en la carrera por destapar la información. Porque la teniente Utrera, una andaluza espabilada y tan robusta como la protagonista de la serie Fargo, debe investigar un caso que le provoca una tremenda pereza por lo inesperado: ella había venido a esta ciudad de la ribera del Ebro en busca de una vida sencilla con buena comida y buenos vecinos, el lugar idóneo para criar a sus hijos.


El asesinato de la niña detona una bomba que permanecía silenciada y como toda explosión, suelta metralla. Así es como durante la novela desfilan toda suerte de personajes disparatados, en ocasiones más propios de una película de Tarantino, condenados por los acontecimientos a enfrentarse a las sombras donde se esconden los secretos que cimientan unas vidas sin aparentes altibajos. Desfilan por la trama una pareja de heroinómanos desesperados por encauzar su vida, un mafioso campechano que es conocido en todo el pueblo, unos agentes de la Guardia Civil que no han desenfundado el arma en su vida, un padre de familia arruinado por las ambiciones de la burbuja inmobiliaria, un pijo madrileño metido en problemas, un clan gitano, un anticuario demasiado metete, un solitario médico de buena familia.


Todos ellos van construyendo un relato coral donde Francisco Bescós  –quien conoce bien el territorio al estar casado con una calagurritana- destila profundidad en las descripciones, humor negro en los retratos y realismo en las situaciones. Así pone a sus personajes a interpretar el popular Paso Viviente de Jueves Santo, salir de marcha por La Ronda o tomar pacharanes con generosos diálogos donde se jura y se dice “qué chorra” o “anda majo”. Tampoco falta una partida de Borregos, ese juego que sólo tiene lugar en la Semana Santa calagurritana donde transcurre la secuencia más brillante de la novela: ahí donde no existe desconfianza entre vecinos y los hombres apuestan en sana competencia las vergüenzas de todo el año, se destapa el nudo de la intriga cuando los desesperados se quitan la máscara, los tramposos se aprovechan de la ingenuidad de los justos y en definitiva, nadie es quien parece.


Como sucede en las buenas novelas, la narración se proyecta en la realidad y Calahorra se devela como una ciudad que fue, donde la tranquilidad se ha convertido en una anestesia sujetada por el sacrificio de la mayoría y el oportunismo de unos pocos. ¿Cuánto le debe esa pax calagurritana a la capacidad de sus vecinos para aguantar las malas rachas con estoicismo y hacer equilibrismos por salir adelante sin que nadie lo note? ¿Acaso el empresario corrupto Fernando Rosas no es de esos que dan palmadas en la espalda con sonrisa estupenda mientras nadie les quite el poder? “Le encanta el dinero, y gastarlo –dice el agente Campos sobre Rosas-, pero de una manera más, ¿cómo decirlo? Más de aquí”.


Merece la pena leer 'El Baile de los Penitentes' porque alaba en los detalles el carácter amable y humilde de los riojanos, pero también recuerda al lector lo que había en Calahorra y ya no hay: un casco antiguo del que sentir orgullo, la desaparecida zona de bares de La Ronda que era famosa en toda la zona, ilusión, sinceridad… tan extrañada se queda la teniente Utrera al final de la novela cuando se da cuenta de que tantos vecinos de la noble Calahorra, “orgullosa de no reservarse una opinión, caiga quien caiga”, resultan tener mucho que esconder por alguna razón que ella no entiende, que se le escapa./Miguel Cuesta



Autor: Miguel Cuesta

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