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{CULTURA / CINE}

'Smoke and mirrors' o las mil caras de Francisco Paesa

Alberto Rodríguez es un sevillano serio, tímido y pausado. Es directo cuando se expone a las preguntas de una entrevista o una rueda de prensa; rotundo y austero a la hora de dar respuestas, pero muy generoso cuando se pone tras la cámara y emprende un nuevo proyecto.


Dicen sus actores que en los rodajes es exigente hasta la extenuación. Sabe lo que quiere y dicha seguridad se hace notar en el resultado final. Prolífico y solvente, encadena proyectos que, paso a paso, van rozando unas cotas de calidad tan elevadas como poco habituales.


Hace dos años inauguró la Sección oficial del Festival de Cine de San Sebastián con 'La isla mínima', película que lo consagró como cineasta por derecho propio. Público y crítica respondieron a esta propuesta oscura que se respaldaba en un sólido guion, una fotografía hipnótica y sofocante y, sobre todo, en una brillantes interpretaciones corales entre las que destacaban, por sus papeles protagonistas, el camaleónico Raúl Arévalo y un Javier Aguirre que rozó la perfección y consiguió, gracias a su trabajo en la cinta, la Concha de plata al mejor actor durante esa edición de Zinemaldia.

 

Encadenando proyectos que se superan a sí mismos en cuanto a calidad e interés, el director sevillano ha estrenado, de nuevo en Donostia, su nuevo trabajo, 'El hombre de las mil caras'. Un thriller de acción trepidante que requiere de un esfuerzo de concentración por parte del espectador, pero que a cambio regala un ejercicio de lucidez y veracidad que podría traducirse en un modo de servicio público informativo que, al menos los españoles, deberíamos tomarnos con bastante seriedad.
'Smoke and mirrors', título para el mercado internacional, es un ambicioso proyecto de encargo que parte de un libro de Manuel Cerdán, sumado a un profundo trabajo de investigación que Rodríguez comenzó en 2012, junto con su guionista habitual Rafael Cobos, visitando las hemerotecas, visionando videos y, sobre todo, recopilando información en reuniones “cuasi clandestinas” con algunos de los miembros de la trama. En palabras del propio Rodríguez, dicha investigación resultó “un Master avanzado en economía sumergida y corrupción” que, tristemente, el resto de los españoles hemos cursado por necesidad, si queríamos llegar a entender la podredumbre que nos ha ido rodeando durante estos últimos años.


Desde un punto de vista cinematográfico, la película se disfruta como un buen clásico de las tramas de espías internacionales. La vida de Paco Paesa resulta tan sumamente excitante y sorprendente, por sí misma, que daría para una trilogía bien apañada sin perder un ápice de interés. El propio Eduard Fernández, ganador de la Concha de plata al mejor actor por interpretar a este “encantador de serpientes”, terminó enamorado del personaje, no de su catadura moral, pero sí de su maestría para la manipulación.


En palabras del propio actor, “reducir a corrupto a Paesa, es muy poco. Paesa era y es mucho más”. Un hombre que se construyó una gran máscara, espía de renombre que pasó por embajador de diversos países, se codeó con personalidades poderosas, vivió en auténticas mansiones en el corazón de Paris y que, sin embargo, denotaba la inseguridad del que viene de abajo cuando comentaba en una ocasión que le molestaba mucho que sus padres no le hubieran enseñado a usar los cubiertos del pescado.


De hecho, Paesa, el mito, concedió su último golpe de efecto, por el momento, apareciendo en la portada de la revista 'Vanity fair', un día antes del estreno de 'El hombre de las mil caras'. ¡Genio y figura!


A la espera de las nuevas empresas que nos regale en el futuro este tándem magistral que, sin duda, forman el guionista Rafael Cobos y el cineasta Alberto Rodríguez, no se pierdan 'El hombre de las mil caras', retrato de los pilares ponzoñosos y abyectos de un país corrupto, en el que un gran número de sus ciudadanos todavía prefieren mirar a otro lado y seguir rindiendo pleitesía a otros nuevos héroes de la corrupción./Isabel Ribote

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