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{CULTURA / CINE}

La fiel y cruda naturaleza de Iñárritu

'El Renacido' recupera la esencia crítica del director mexicano, Hardy destaca ante Dicaprio

Estar a la altura de uno mismo siempre es complicado, sobre todo cuando en el currículum se amontonan premios, nominaciones, entrevistas, proyectos, homenajes y talentos por doquier. Conjugar un buen trabajo y un suculento mensaje también es difícil para una sociedad que vive el cine como escape de entretenimiento, aunque a su vez le exige a ciertas películas un trasfondo con el que poder reflexionar sin sentirse inútil en el intento.


El mexicano Alejandro González Iñárritu se consagró así en 2015 con el éxito de Birdman, cuya inesperada virtud a la hora de apostar por un único plano secuencia demostró que ahí no hubo nada de ignorancia, y sí mucho de reciclar una táctica en buena estima por público y académicos. Con ello ganó un Óscar a la mejor dirección mientras su obra ganaba otra estatuilla como mejor película, amén de llevarse las de mejor guión original y mejor cinematografía.


Un listón a ese nivel se antoja tarea ardua de repetir, y más aún si solo transcurre un año desde el vuelo del Hombre Pájaro, pero su siguiente creación guarda un par de ases en la manga… o quizá tres. El primero es que El Renacido recupera la esencia crítica, siempre velada, que Iñárritu imprime a cada una de sus películas y que por ejemplo se nota en la dolorosa 21 gramos (2003) o en la emulsionante Babel (2006).


En esta ocasión no se trata de adicciones ni de apuros económicos y anímicos, tampoco de prejuicios raciales −aunque lo parezca− ni de brechas sociales, sino del sentimiento de pertenencia a algo o a alguien cuando tu vida gira en torno, precisamente, a ese algo o alguien. En las profundidades de la América salvaje, en el tuétano de revoluciones industriales, el trampero Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) resulta gravemente herido y es abandonado a su suerte por un traicionero miembro de su equipo, John Fitzgerald (Tom Hardy).

 

Con la fuerza de voluntad como su única arma, Glass deberá enfrentarse a un territorio hostil, a un invierno brutal y a la guerra constante entre las tribus de nativos americanos, con los que sobrelleva una estrecha relación, y en una búsqueda heroica e implacable para conseguir vengarse de Fitzgerald. El ajetreado Tom Hardy, segundo as en la manga y que también ocupa carteleras de medio mundo con su doblete en Legend, otorga a su personaje de El Renacido el suficiente y buscado tono de ojeriza para incluso hacer sombra al propio DiCaprio.
Ambos han conseguido nominación al Óscar por sendos papeles, pero resulta llamativa la de un Hardy −a mejor actor secundario− que no contó entre los candidatos para la prensa extranjera de Hollywood (en los Golden Globes) ni para el sindicato de actores (en los SAG Awards); aunque sí para los críticos estadounidenses, que hasta en diez ceremonias estatales han distinguido su labor por decir todo lo que se calla ante Charlize Theron en Mad Max: Fury Road (2015).


Y es que, si la actriz que interpreta a Imperator Furiosa chupa cámara entre tanta arena y gasolina, aquí es Hardy el que le hace casi lo mismo a DiCaprio entre altísimos árboles y ligeros copos de nieve. Su habitual poca dicción y su logrado acento americano embriagan el interés de Fitzgerald, cuyas réplicas vienen dadas por Will Poulter en el papel de Bridger. La subtrama de ellos dos rebaja el ímpetu de Hardy a la vez que aseguran el foco en el rol de Hugh Glass.


La sufrida estatuilla de DiCaprio

En sí mismo, DiCaprio es el tercer as bajo la manga de un Iñárritu que tiene entre sus pupilos a lo más selecto del cine mundial. Dicen que la Academia yanqui le debe una estatuilla al actor californiano y esta vez la tiene encauzada por un personaje menos gratificante que el de El lobo de Wall Street (2013), pues sufrir, ser estoico y gruñir −con sentido y tempo adecuados− suelen premiarse más que la risa o el incentivo al jolgorio.

 

DiCaprio tiene múltiples facetas, incluida en su tiempo libre la solidaria y comprometida con el medio ambiente, un acicate a la hora de descifrar esa América frondosa de El Renacido; pero el Óscar podría llegarle por uno de los textos más lacónicos que se le recuerdan en su larga filmografía. Porque el punto fuerte encarnando a Hugh Glass es su atroz mimetismo con el entorno, con unos parajes retratados de forma excepcional por el mexicano Emmanuel Lubezki.
Planos contrapicados sin personajes de por medio y planos en picado cuando sí aparecen. Simple contraste que en el montaje queda sutil y elegante, favorecido por otros planos generales y de conjunto donde la naturaleza rebosa hasta en los párpados de quienes transitan por la escena. Y lo mejor es que tal selección de planos no es ni mucho menos lo que predomina en este film de Iñárritu, quien acostumbra a planos medios y sobre todo a primeros planos.


Pese a que el director de México D.F. no abandona su fetiche del plano secuencia, la edición de El Renacido aparca la pomposidad de Birdman en virtud de una historia más pura. Los alardes que entonces proporcionaba Broadway son impensables en esta nueva película, estructurada de manera más densa y lineal que el argumento del Hombre Pájaro y sus secuaces. Por eso la jugada de Iñárritu podría funcionar; frente a acusaciones de egolatría, la perspicacia es un buen remedio.


El cineasta norteamericano elige un conciso reparto de intérpretes en lugar de una amplia nómina de estrellas, y además cambia el bullicio del teatro de Manhattan por la seriedad del bosque de Misuri. Es un ejercicio completamente distinto de radiografiar el terreno de un continente que lo recoge y lo dota de inspiración, donde Iñárritu convierte casi cada relato en leyenda. Ni siquiera un oso con malas pulgas se interpone en su camino./Daniel Cabornero

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