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{CULTURA / CINE}

Subidón apocalíptico por sobredosis de azúcar

'Hora de aventuras', te plantearás porqué en tus tiempos no hacían cosas así

¿Qué pasaría si, por cosas de la vida, tras haberte dado un atracón de chucherías, te da por ver los dibujos animados que tienen absorta a tu hija?


Acabas de sumergirte en un viaje psicotrópico de once minutos. No has retrocedido en el tiempo, más bien has sobrevivido a la épica guerra de los champiñones y ahora te encuentras en un mundo post-apocalíptico que, al parecer, emerge de nuestra actual civilización. Aquí vas a conocer a personajes tan dispares como una princesa hecha de chicle rosa, un rey con poderes de hielo, loco y solterón o –el ya consolidado- caracol que aparece al estilo ninja en cada capítulo.


Te introduces en ‘Hora de Aventuras’ donde lo vas a pasar guay –o al menos eso dice su pegadiza melodía que ya no puedes sacarte de la cabeza-. No hay vuelta atrás. Una espada calcada a la de Zelda te lo impide. La adicción supera la ficción y rápidamente te adentras en un mundo mágico lleno de personajes fantásticos y universos surreales. Entre colores chillones y espacios ‘random’ a modo de plataforma de videojuegos, descubres que ahora habitas en el mundo Ooo. Sus protagonistas, Jake un perro amarillo con cuerpo de plastilina, y su amigo Finn, el humano (inseparables, por cierto) viven por y para las aventuras y la palabra aburrimiento no tiene cabida en su diccionario personal.


Entonces piensas ¿por qué en tus tiempos no hacían cosas así? Y te replanteas si los dibujos animados no son sólo cosa de niños. La respuesta a esto la tiene Pendleton Ward, guionista, animador y productor estadounidense, que es además la cabeza pensante de esta serie repleta de cambiantes y delirantes situaciones. Ward busca un humor para todos los públicos con un target que va más allá de la infancia. Es más, usa al niño que todo adulto lleva dentro para crear estas situaciones. Y lo que surgió como un breve corto en Internet allá por 2007 cuenta ya con seis temporadas que han sido fichadas, nada más ni nada menos, que por Cartoon Network. 


Has caído en su red y quienes te han arrojado a este mundo de lo divinamente absurdo son, en primer lugar, sus personajes. Unos personajes que pese a ser prototipos de cuentos de niños, enmascaran a la perfección clichés y estereotipos sociales, a la vez que ensalzan valores para los más pequeños de la casa. En su mayoría son seres mutantes que responden a roles básicos pero que a la vez  tienen una doble cara que hace imposible juzgarlos.

 

Tienes dos maneras de interpretar los capítulos: la de los ojos de tu hija ante los que sólo hay un universo de entretenimiento y fantasía. O el de un joven-adulto para el que no pasan desapercibidas ciertas insinuaciones y connotaciones un tanto subiditas de tono. Y eso, lo quieras o no, mola. Como si de una inocente perversión se tratara, crean escenas sugerentes y ambiguas que más de un padre censuraría. Pero tú estás disfrutando de lo lindo sintiéndote más inteligente que tu hija pequeña. Pobrecita, no se entera de nada.
  El plato fuerte lo pone su humor. Tontorrón a veces y ácido en otras, rozando los máximos de lo absurdo sin caer en excesos. Con un sobresaliente doblaje al castellano, que incorpora ‘españolismos’ tan típicos como ‘chachi piruli’, o ‘fiestuqui’ y una jerga sacada de cualquier adolescente actual. Sin olvidarse del papel de los pedos. Sí, señores: pedos. O flatulencias, perdonen, sin hacer sobreuso de chistes respecto a ellos pero siempre en la dosis perfecta.


Su estética nos remonta a un mundo teñido de colores pastel con un toque naif y ‘candy’ que bien podría ser una evolución de la usada en Bob Esponja o FlapJack del que el mismo Pendleton fue guionista.


Como –casi- todo en esta serie la secuencia de episodios tampoco podía seguir una pauta predecible, y en vez de tener una línea temporal de historias y peripecias, cada capítulo es independiente. O lo que es lo mismo: no necesitas seguir la serie para engancharte. Con ver uno sólo de sus capítulos te verás sumergido en un universo adictivo en el que la ruptura de todo tipo de expectativas puede asemejarse a la línea de clásicos infantiles tales como ‘Alicia en el País de las Maravillas’ o ‘Donde Viven los Monstruos’ de Maurice Sendak. Es evidente que esta imaginación totalmente desmesurada con un espíritu indie (reflejado a través del grupo madrileño Templeton elegido para doblar su banda sonora) es el resultado de un cúmulo de influencias que se ha ganado a todo tipo de públicos. Desde los más ‘cool’ o ‘hipsters’, pasando por adolescentes, y su público más fiel: los pequeños de la casa. Una generación que todavía no entiende el trasfondo de esta serie iconoclasta que atenta contra los clichés del género, y que ofrece buen rollito ante cualquier adversidad. Un post-apocalipsis que lejos de deprimirte acaba por impregnarte de una explosión de sabor a algodón de azúcar.


Sí, yo también quiero vivir en este ambiguo y surrealista universo paralelo lleno de regaliz rojo y negro. Parece que por primera vez empiezas a entenderte con tu hija…/Paula Gil Ocón

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