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{CULTURA / EXPOSICIONES}

Y qué es la muerte, y qué es el arte

Los que escribimos y hablamos sobre arte nos enfrentamos a un constante problema de indefinición. Trabajamos sin unas coordenadas fijas (o consensuadas) respecto a este concepto y, en muchos casos, nuestra desorientación dificulta nuestra labor -aunque la hace más excitante.


Alejado de nosotros en el tiempo y las circunstancias, hace un siglo un joven Ludwig Wittgenstein luchaba y filosofaba en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial. El ensordecedor ruido de la batalla no llegó a aturdirle; tampoco lo hizo el viaje desde Noruega a Italia como prisionero de guerra. Durante esos años como artillero en el ejército austro-húngaro redactó unas notas que, junto con la correspondencia mantenida con Bertrand Russell, George Edward Moore y Keynes, darían forma al Tractatus Logico-Philosophicus, su célebre obra publicada por primera vez en 1921.


Ésta es una obra acerca del significado. La cuestión de lo decible y lo indecible (o de lo decible y lo mostrable) y su delimitación precisa sería la inquietud fundamental de donde surgió el Tractatus. Y esto es, de hecho, el punto capital del análisis que el libro hace de la lógica de nuestro lenguaje de cuya mala comprensión surgen todos los problemas filosóficos, que son siempre meramente lingüísticos[1].


A pesar de su título, el Tractatus Logico-Philosophicus no es un tratado o un manual, sino que el propio Wittgenstein lo define como la exposición de un sistema lógico que trata de trazar los límites del leguaje-pensamiento[2]. La obra se compone de siete aforismos principales seguidos a su vez de aforismos complementarios, a excepción del último que resume con rotundidad todo el contenido de dicho sistema: “7- De lo que no se puede hablar hay que callar”[3].


De esta compleja obra lo que nos interesa, en este caso, son sus implicaciones en el mundo de la estética y conocer cómo se aplican los límites que propone a los discursos sobre el arte puesto que queremos conocer si existe la posibilidad de definir conceptos como “arte” o “artista”, entre otros, para desarrollar nuestras pesquisas sobre ellos o si por el contrario ésta es una labor imposible y absurda, como ya venimos sospechando.


Casi al final del libro, en el aforismo 6.421[4], Wittgenstein habla por primera vez de Estética. Le otorga un valor trascendental, similar a la ética, que se encuentra más allá de los límites del mundo inmanente/experimentable donde están las cosas de las que no se puedan hablar[5], sino sólo mostrar.


Debido a su trascendentalidad, el concepto “arte” no posee una forma lógica -aquello que han de tener en común las proposiciones y el mundo a fin de que aquellas puedan representarlo-. Sólo puede ser mostrado, no dicho. No se pueden enunciar proposiciones sobre él porque éste concepto no tiene su correspondencia entre las cosas del mundo.


Wittgestein coloca al arte en la esfera de lo trascendental y lo místico pero no así a las obras de arte: lo que es místico no es cómo existen las cosas en el mundo sino que existan -lo que es místico no son las piezas que están dentro de un museo, una galería o un taller sino que sean obras de arte. El Tractatus tiene la pretensión de responder a la cuestión primera y de imponer silencio sobre la segunda, porque de esto último nada –verdadero y con sentido- se puede decir[6]. Otra descripción[7] identifica lo místico con la imposición de cosas que no pueden ser expuestas en palabras sino que “se hacen a sí mismas manifiestas”; una de esas cosas es la ética y por tanto la estética también.


Que no se pueda decir nada sobre el arte no quiere decir que éste no exista, o que no sea algo significativo, sino más bien todo lo contrario; lo condena al silencio justamente porque es lo importante. Para Wittgenstein la estética está fuera del lenguaje, donde reside el sentido del mundo[8], en el ámbito de lo trascendente, donde también están la ética y la religión.

 

La estética pertenece, por tanto, a un ámbito en el que no pueden establecerse criterios de significado y de verdad como los que establecemos en el dominio de la ciencia. Lo que hizo Wittgenstein fue despreciar como intención desmesurada y lógicamente absurda cualquier doctrina ética, estética o religiosa con pretensiones teóricas, construida según las leyes que sólo rigen en el campo de la lógica. Como dirá luego[9] un campo es el del lenguaje; el otro el del silencio. Uno es mundo; el otro algo superior o más alto. Uno es ciencia, el otro es mística, inefabilidad. Uno es demostrable, el otro sólo mostrable.
La ética-estética se mostraría en la vida sin poder construirse teóricamente. Si no hay consenso es sencillamente porque no puede haber, porque nuestro lenguaje-pensamiento no lo permite.


Las restricciones que da el Tractatus quedarán relajadas en el marco del llamado Segundo Wittgenstein, periodo asociado al escrito Investigaciones Filosóficas (1953), donde se desarrolla la teoría de los juegos del lenguaje y las formas de vida asociadas a ellos. Según este texto se sigue sin poder decir algo concluyente sobre lo estético pero ya no porque no se pueda decir nada en absoluto sino por todo lo contrario, porque se pueden decir muchas cosas ya que el significado de una palabra es la manera en que se usa en los diferentes juegos del lenguaje.


Entonces, ¿Wittgenstein nos está negando la posibilidad de hablar sobre esos objetos tan peculiares llamados “arte”? Según Mateu Cabot “la tarea que se plantea entonces, para la mayoría de filósofos en el campo de la estética, es clarificar la particularidad de ese tipo de objetos del que se habla; en primer lugar si se trata de algún tipo especial de objetos de entre los que pueblan el mundo o si no son de esos objetos específicos (o si esos son solo la copia en el mundo físico de algo más allá de él), y, en caso de que sean objetos especiales —las obras de arte—, en qué consiste su especificidad”[10]. Determinar qué significa “objeto estético”, según Wittgenstein, no se trata de la búsqueda o determinación de algo “bello” por ser esto un atributo de carácter metafísico.


Para lograrlo Wittgenstein acude al concepto de “experiencia estética” entendido como las acciones que realizamos en las situaciones en que podríamos decir que tenemos una experiencia estética. ¿De qué hablamos, entonces, en el discurso estético? La respuesta más inmediata es decir que se está hablando de algo místico, que está más allá de la lógica. “La obra de arte es el objeto visto sub specie aeternitatis; y la buena vida es el mundo visto sub specie aeternitatis. No otra cosa es la conexión entre arte y ética”[11].


Estamos hablando, pues, de “ser conscientes y ejercer la consciencia de nuestro anclaje en el mundo natural y de la posibilidad de mirar este mundo natural (en el que siempre ya estamos) desde fuera de él mismo”[12]. Dice Wittgenstein que “el impulso hacia lo místico viene de la insatisfacción de nuestros deseos por la ciencia. Sentimos que incluso una vez resueltas todas las posibles cuestiones científicas, nuestro problema ni siquiera habría sido aún rozado”.[13]


Volvemos de nuevo a aquella indefinición que mencionaba en las primeras líneas de este texto y sobre la que he tratado ahondar a través de las palabras de este célebre filósofo austriaco.


La indeterminación de lo que llamamos arte y las teorías wittgensteinianas son un lugar común para Manuel Saiz, artista que hace unos meses tuvo la amabilidad de enviarme un ejemplar de su libro Fact-Check (“Verificación de los Hechos”).


Se trata de un lúcido libro sobre arte compuesto sólo de elocuentes preguntas cuyas páginas no dejan de ser un gran homenaje a Ludwig Josef Johann Wittgenstein, empezando por el título, pasando por la propia portada -creada a partir de un icónico retrato del pensador y cuya imagen se ha borrado- y siguiendo por la estructura del texto.

Está compuesto por 12 apartados[14], que podrían recordar a los aforismos del Tractatus, y las preguntas que integran cada sección desvelan muchos más interrogantes que los que encierran ellas mismas y sugieren interesante reflexiones al respecto.


Como hemos visto, según Wittgenstein, el arte no puede ser hablado, sólo puede ser mostrado. Probablemente la mejor manera de hacerlo es “mostrarlo” a través interrogantes, de preguntas[15], porque éstas revelan sus múltiples caras pero no emiten sentencias; así lo hace Manuel Saiz en este libro a través de cuestiones como: “What is Art? / Why is this question asked? / Why do they ask this question? / Do they mean, “what are artworks?”, by it? / Do the mean, “which objects are artworks, by it?”[16] Esta secuencia de preguntas nos hace retomar inmediatamente las reflexiones que se exponen en este texto a cerca del pensamiento de Wittgenstein y la indefinición del arte. Otras, en cambio, conducen a reflexionar sobre la inexorable relación entre arte y filosofía (Does being a philosopher also mean being a kind of artist? / Is talking about art different from making art?)[17]. Así van sucediéndose una serie de preguntas en las que todos los que nos dedicamos al arte contemporáneo nos movemos (más bien nos tambaleamos) hasta llegar a la última sección (“Life” –Vida-) donde se abordan cuestiones sobre la autonomía del arte, sobre la correspondencia o no correspondencia de arte y vida y, en último lugar, dos interrogantes sobre los que me detendré: Will all questions one day be ansered? / What does art have to do with death?[18].


El primero alude a la posibilidad de resolver los asuntos expuestos a lo largo del libro, cosa que no parece posible. Como hemos ido viendo, podremos ofrecer múltiples respuestas pero no formular enunciados verdaderos al respecto. No es posible porque, para empezar, no tenemos una respuesta consensuada de qué es el arte y todas las que deriven de este concepto adolecerán de la misma falta de objetividad[19].


La última pregunta, con la que cerramos el libro, es (a mi entender) colosal en cuanto a su rotundidad y las reflexiones que posibilita: “¿Qué tiene que hacer el arte con la muerte?“ Y yo me pregunto: ¿qué tienen común Arte y Muerte? Si seguimos a lo introducido en este texto podemos afirmar que desde un punto de vista wittgensteiniano ambos conceptos son muy similares: de ellos sólo nos podemos formular preguntas, no responden a hechos empíricos (sí lo hacen, en cambio, los muertos y las obras de arte pero no la muerte y el arte), pertenecen a un lugar místico-trascendental que nadie conoce y en definitiva, radicalmente no pueden ser vividos[20]. La muerte en los humanos, al igual que las obras de arte, históricamente se ha interpretado sub specie aeternitatis (“bajo el aspecto de eternidad”) y morir –según la tradición religiosa- nos abre la puerta a lo místico.


Intentar responder a la pregunta de qué tiene que hacer el arte con la muerte es una tarea que nos aproxima a lo eterno, a una perpetua búsqueda entre dos conceptos que no pertenecen a este mundo. Sin embargo se podría aventurar que la obra de arte es uno de los “mecanismos” más aptos para aproximarse al un conocimiento intuitivo de lo que es la muerte porque permite ser mirada bajo el reflejo de lo eterno, lugar al que pertenecen el arte y la muerte.


Esta interesante correspondencia entre arte y muerte es una fuente de la que bebe la obra de Manuel Saiz. Como ejemplo tenemos “If Alive” -proyecto de largo recorrido iniciado en 2003-, libro que el artista riojano ha presentado recientemente[21] . Este trabajo muestra cómo Saiz prepara, con 23 años de antelación, su fiesta de 65 cumpleaños recopilando y documentando todos los eventos pertenecientes al mismo; supone una invitación a pensar en la muerte, en la permanencia de lo privado y de lo público, y a reflexionar sobre el futuro. Podría definirse como una vanitas contemporánea además de un acto performático.


La práctica artística, en cuanto pensamiento, nos lleva a enfrentarnos con nuestra propia condición dual: somos hechos –somos decibles- pero tenemos capacidad de manejar términos que no tienen cabida en el ámbito de la lógica –tratamos de traer lo místico a nuestro mundo-. Todo acercamiento, como artista y/o espectador, a una obra de arte no deja de ser una acción que se desarrolla en un tiempo -decible y medible- que abanza inplacablemente, acercándonos en ultimo término hasta la propia muerte. Pero… ¿qué es la muerte?, ¿y el arte?


“Nada se pierde por no esforzarse en expresar lo inexpresable. ¡Lo inexpresable, más bien, está contenido –inexpresablemente- en lo expresado!”[22] dijo Wittgenstein (e  incluso nos mandó callar), pero cien años después la reflexión continúa y, contratia a agotarse -y a sabiendas de que es un terreno inconquistable-, parece más viva que nunca./Cristina Fernández Crespo desde 'KIPPEL'



[1] WITTGENSTEIN, L / Versión e Introd. MUÑOZ, J; REGUERA, I (2002): Tractatus Logico-Philosophicus. Madrid, Alianza Editorial, p. 9.

[2] Ibid, pp- 7-8.

[3] Ibid, p. 183.

[4] “6. 421 – Está claro que la ética no resulta expresable. La ética es trascendental. (Ética y estética son una y la misma cosa).”

[5] Entendemos que cuando Wittgenstein dice que “no se pueden hablar” se refiere a que no tienen cabida en un leguaje lógico-“verdadero” en cuanto a científico, alejado del filosófico pero también del general, del lenguaje ordinario sin intenciones metafísicas o teóricas.

[6] “6.44 – No cómo sea el mundo es lo místico sino que sea.”

[7] “6.522 – Lo inexpresable ciertamente existe. Se muestra, es lo místico.”

[8] “6.41 – El sentido del mundo tiene que residir fuera de él. En el mundo todo es como es y todo sucede como sucede; en él no hay valor alguno, y si lo hubiera carecería de valor. Si hay un valor que tenga valor ha de residir fuera de todo suceder y ser-así. Porque y todo suceder y ser-así son casuales.

Lo que los hace no-casuales no puede residir en el mundo; porque, de lo contrario, sería casual a su vez.

Ha de residir fuera del mundo.”

[9] CABOT, M (1998): “La estética de Wittgenstein a la sombra de Kant” [en línea] Taula. Quaderns de pensament, núm. 29-30, págs. 155-165 en
[10] Ibid, p. 6-7.

[11] WITTGENSTEIN, L (1916): Diario filosófico (1914-1916), op. Cit., pag. 140.

[12] CABOT, 1998: 8.

[13] L.WITTGENSTEIN: Diario filosófico, op. Cit., pag. 89. Un par de años después Wittgenstein recoge esta anotación en la proposición 6.52 del Tractatus de la siguiente forma: «Nosotros sentimos que incluso si todas las posibles cuestiones científicas pudieran responderse, el problema de nuestra vida no habría sido más penetrado. Desde luego que no queda ya ninguna pregunta, y precisamente ésta es la respuesta».

[14] The Question / They / Impossibility / Character / Agents / Knowledge / Artist / Ethics / Artworks / The Art World / Politics / Life.

[15] Según lo que afirma el aforismo 6.51 (“Sólo puede existir una duda donde existe una pregunta, una pregunta donde existe una respuesta, y ésta, sólo donde algo puede ser dicho”), con tal afirmación el Primer Wittgenstein no estaría de acuerdo, su estricto sistema dejaría fuera también las preguntas; en cambio, posteriormente, sus ideas cambiarán hasta el punto de afirmar que un libro de filosofía debería estar compuesto sólo de preguntas.

[16] ¿Qué es arte? / ¿Por qué se hace esta pregunta? / ¿Por qué preguntan esto? / ¿Quieren decir, en realidad, “que son las obras de arte”? / ¿Quieren decir, en realidad, “qué objetos son obras de arte?

[17] ¿Ser filosofo quiere decir también ser artista / ¿Hablar sobre arte es diferente que hacer arte?

[18] ¿Serán todas estas preguntas respondidas algún día? / ¿Qué puede hacer el arte con la muerte?

[19] Esta “falta”, a pesar de haber sido expresada en términos negativos, es precisamente la mayor virtud del arte, lo que lo convierte en algo diverso y lleno de posibilidades; lo que lo hace filosofía. A este respecto conviene aclarar que nos referimos en todo momento al arte contemporáneo y se recomienda la lectura de los textos de Arthur D. Danto donde se realiza una distinción muy clarificadora respecto al arte tradicional -porque aunque ambos comparten el término “arte” las coordenadas para intentar aproximarse al actual son muy diferentes respecto al anterior-.

[20] WITTGENSTEIN, L / Versión e Introd. MUÑOZ, J; REGUERA, I (2002): Tractatus Logico-Philosophicus. Madrid, Alianza Editorial, Op. Cit 179 “6.4311- La muerte no es un acontecimiento de la vida. No se vive la muerte. Si por eternidad se entiende, ni una duración temporal infinita, sino intemporalidad, entonces vive eternamente quien vive el presente. Nuestra vida es tan infinita como ilimitado es nuestro campo visual.”

[21] El 10 de enero en Galería Trinta (Santiago de Compostela) y el 27 de enero en Galería Planta Baja (Logroño).

[22] WITTGENSTEIN, L (1916): Diario filosófico (1914-1916), p. 78

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