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{CULTURA / FOTOGRAFíA}

Crashroom y la fotografía escénica de Rocío Vallejo

La imagen fotográfica, por definición, es algo fijo e inmóvil. Su contemplación, por ende, lleva al espectador a una experiencia muy diferente a la que puede ser vivida en otros entornos, gracias a otras disciplinas asociadas a lo escénico, como son en el teatro, la danza o la performance.


Sin embargo encontramos trabajos fotográficos que sorprendentemente pueden ser descritos como “escénicos”, y este es el caso de la obra de Rocío Verdejo, de la que hablaremos en este artículo, en cuya trayectoria encontramos series que combinan perfectamente la acción teatral con la imagen capturada.


Desde sus primeros trabajos Verdejo estructura su proceso de creación con una finalidad narrativa: un guión, un espacio, unos personajes y una ambientación, tan propios del género cinematográfico o teatral, asociados siempre a la acción y a lo escénico, que hacen de sus trabajos algo lleno de dramatismo y movimiento.


Este dinamismo y esta potencia narrativa podemos encontrarlos especialmente en los trabajos de los últimos cinco años, irrumpiendo con fuerza en '106 Historias' (2010) y continuando con esa línea de trabajo hasta la actualidad con 'Crashroom' (2014), la última de sus series, que ya conocimos en Art Madrid 15 y que ahora tenemos la oportunidad de disfrutar en la galería Art Deal Project hasta el 12 de mayo.


Lo escénico es, sin duda, el componente principal de 'Crashroom'. Gracias a esa serie podemos comprender el enorme trabajo que se esconde tras unas imágenes cargadas de códigos y de enigmas. Verdejo representa, desde su universo metafórico, un tema muy delicado: la violencia de género. Gracias a su dominio de la imagen y el símbolo consigue representar ese estado de soledad y pérdida en el que se sienten las víctimas desde una perspectiva neutra y respetuosa.


A partir de un trabajo de documentación, donde la artista se entrevista con mujeres que han sido víctimas de la violencia machista y conoce los diferentes casos, ha llegado a varios lugares comunes y descubierto varios patrones psicológicos que se repiten en todas ellas: el principal es, comprensiblemente, el miedo. Un miedo que se manifiesta en estas mujeres como una incapacidad, como una pérdida y una falta de autoreconocimiento llegando, en los casos más graves, a sentirse completamente anuladas.


Por ello, y para representar estos estados psicológicos, Verdejo recurre a la teatralidad, a la escena, al vestuario y al guión para expresar desde lo simbólico aspectos tan complejos y terribles. El espejo y la vestimenta-piel son dos elementos indispensables para construir las imágenes de esta serie.


Ambos elementos hacen referencia a la distorsión, a la incapacidad de verse reconocida en el propio cuerpo, y a autogenerar una imagen propia totalmente vacía e incapaz. Por ello las prendas bicolores que visten las mujeres fotografiadas hacen un juego representativo de lo que somos y lo que creemos ser.


El binomio adulto-niño como respuesta del espejo (que presuponemos como una réplica neutral, aunque no lo sean los ojos que lo miran) viene a enfatizar la función del vestuario tratando de revelar ese yo verdadero que ha quedado escondido tras el miedo.

Algunas de las imágenes nos muestran a mujeres solitarias o compartiendo esa soledad con sus hijos, pero también vemos composiciones grupales que no por ello dejan de mostrar ese estado de abandono. Al respecto Rocío Verdejo dice: “Con esta idea planteo un retrato coral (¡de nuevo lo escénico!) con cinco mujeres de todas las edades, una de ellas con su hijo, en un salón de baile de inspiración romántica, aludiendo con esto a la ironía recurrente en los casos de violencia por la que las víctimas y verdugos buscan amparo en una visión romántica del amor".

El aislamiento, la anulación a la que ha llevado el sufrimiento a estas mujeres, se nos revela en estas imágenes como un golpe inesperado. Tras un ejercicio de empatía el que mira puede reconocer un escenario teatral y siniestro escondido tras una belleza aparente, donde el dolor congela una historia del mismo modo que lo hace la fotografía./Cristina Fernández Crespo desde 'KIPPEL'

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