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{CULTURA / LIBROS}

'Creerse poeta es caer en la trampa de la esencia'

ENRIQUE CABEZON publica el poemario 'Contra la gravedad e los poetas'

Enrique Cabezón (Logroño, 1976) es diseñador gráfico, editor, poeta, activista de su barrio y novelista. Precisamente, la última conversación con Magazine SPOONFUL tuvo lugar con motivo de la publicación de la novela 'Una semilla'. Ahora regresa a la poesía, aunque como aclara "cuando la poesía te toca, te acompaña incluso en los periodos en los que no la escribes". Enrique -poeta de larga trayectoria reza la contraportada del poemario- ha escrito una colección de poemas que son, asegura Pablo Lópiz en el prólogo, el manifiesto de una generación. "Es un manfiesto -describe el autor-, pero no en el sentido clásico ni doctrinal". Enrique Cabezón ha publicado 'Contra la gravedad de los poetas'./Javi Muro

 

SPOONFUL.- ¿Qué te ha hecho regresar a la poesía o quizá nunca la abandonaste?

Creo que uno nunca regresa del todo a la poesía porque la poesía, cuando te toca, te acompaña incluso en los periodos en los que no la escribes, no te abandona nunca, como aquellos desodorantes de antes. En mi caso, más que volver, diría que la poesía ha mudado de piel una vez más. Esa es la prueba de que nunca se va del todo. Este libro nace de una época de cansancio y revisión, de hartazgo del propio personaje del poeta y de sus rituales de gravedad impostada en las que uno siempre corre el riesgo de caer. En el libro lo digo claro y me he permitido un guiño a un clásico de La Polla Records: declaro públicamente que ya no quiero ser yo, que es muy cansado. Ese cansancio es también una forma de búsqueda. Y la búsqueda, al final, siempre es poética y política. Además, esa idea de que el lenguaje muda de piel conecta con la noción del rito de paso de van Gennep y Turner. Este libro marcaría de alguna manera una etapa de separación del personaje del poeta (la persona que se disfraza de seria, de pura, que se presume necesaria), una fase liminal de transición y crítica, y una eventual agregación a una nueva comunidad: la de los sin comunidad, que ahí estaban, tan perdidos como uno mismo en este laberinto de espejos.

 

S.- ¿Eres ante todo poeta?

Ojalá pudiera decir que sí con rotundidad, pero sería contradictorio con lo que escribo. El libro insiste en que el poeta que se cree poeta es una trampa narcisista. El poeta que se cree poeta alcanza, sin duda, las más altas cotas del ridículo (como recoge el brillante prólogo al libro de Pablo Lópiz). Esa crítica al poeta que se cree poeta es pura desesencialización. Ahí me siento cerca de Judith Butler y su teoría de la performatividad: la identidad (incluida la del poeta) no es un ser interior que se expresa, sino un acto que se repite y se representa. Creerse poeta es caer en la trampa de la esencia. Así que no: no soy ante todo poeta. No me siento así. Soy alguien que escribe, que dibuja, que edita, que toca rock, que hace lo que puede desde su humildad y conciencia de clase. Si algo soy, es alguien que trata de no tomarse demasiado en serio, aunque a veces caiga inevitablemente en ello.

 

S.- Lo digo porque en Contra la gravedad de los poetas eres, por momentos, implacable con el poeta. El poeta que se cree poeta alcanza las más altas cotas del ridículo, no sé si es exacta la frase, pero escribes sobre esa idea.

Sí, porque me incluyo en esa crítica. No es un ataque contra los otros poetas, sino contra la máscara que a veces todos nos ponemos. Nosotros, la estirpe de Caín… repetimos nuestro dolor común, el amor desesperado… y el poder que se siente al recibir atención en algo tan pequeño e inútil como un poema. La máscara que todos nos ponemos remite a la persona en la psicología junguiana, la máscara social que mostramos al mundo. El libro es un intento de romper esa persona literaria para acceder a una verdad más cruda. Mi implacabilidad es una forma de intento de sinceridad y una defensa contra la autocomplacencia. Para escribir con verdad, primero hay que desmontar al personaje que pretende escribir, desnudarlo y mostrarlo en público.

 

S.- Contra la gravedad de los poetas ¿qué es más poemario o manifiesto, o quizá un espejo no sólo de la poesía, sino del mundo, de la sociedad.

Es un manifiesto poético, pero no en el sentido clásico ni doctrinal. Lo digo explícitamente: esto quiere ser un manifiesto… pero lo público está limitado a un libro de poemas”. Es un manifiesto escrito desde la duda, desde la contradicción, desde el humor y la sospecha. Y claro, también es un espejo del mundo: este manifiesto explora una realidad, de cuya existencia efectiva duda. En esa paradoja vivimos todos. La duda sobre la realidad efectiva que explora el manifiesto creo que conecta con Baudrillard y su concepto de hiperrealidad y simulacro. Me pregunto si la poesía contemporánea es un simulacro de una poesía que ya fue.

S.- En su condición de manifiesto poético, tiene algo de auto autopsia, ¿No?

Sin duda. El libro entero es una especie de examen forense del yo poético. Pero es una autopsia hecha en vida, con ironía y con mala leche, para ver qué queda después de abrir en canal todas las imposturas. Por eso digo: hago público hoy mi propósito: no ser tan intenso, no ser tan brasas. La autopsia es una manera de liberar espacio para lo que todavía pueda venir. No quiero ponerme pedante, pero esa idea de autopsia me recuerda a Foucault y su idea de examinar los mecanismos que construyen el yo. Es una hermenéutica del sujeto, pero aplicada de forma violenta y quirúrgica.

 

S.- En prólogo, Pablo Lópiz Cantó habla de una generación sin generación, ¿Lo ves así? 

Sí, y me reconozco en esa idea. Para quienes crecimos en los márgenes, sin escuelas poéticas a las que adscribirnos, el sentimiento es más bien de dispersión, de tribu improbable. Él lo formula muy bien: habla de una generación de poetas que no tuvo generación. Yo siempre he tenido más afinidad con esa idea de comunidad sin comunidad, con quienes trabajan a contracorriente, lejos de los centros legitimadores y que, claro, en un mundo tan pequeño como el de la poesía, acabamos encontrándonos y reconociéndonos. La tribu improbable y la comunidad sin comunidad es un concepto central en el pensamiento de Blanchot y Nancy. Nancy habla precisamente de una comunidad que no se basa en una esencia común (una generación, una escuela), sino en el simple hecho de estar-juntos en la diferencia y la fragmentación.

 

S.- En tu caso, del rock and roll a la poesía…

Para mí nunca fueron territorios separados. Del cómic al principio me enseñó que el tiempo sucede en los intersticios, el rock me enseñó a entender el cuerpo, la energía, la urgencia. La poesía le dio palabras a esa energía. En el poemario aparecen ecos de esa mezcla: menciones a Lagartija Nick, a raves rurales, al breakbeat hardcore, a ese ruido que también es una forma de pensamiento. La poesía que me interesa se mueve en el territorio de la cultura popular y la contracultura se mezclan, de alguna manera, recoge el legado de los poetas beat (Allen Ginsberg, por ejemplo, que cantaba y tocaba instrumentos) o de movimientos como el punk, donde la energía y el hazlo tú mismo son fundamentales. La presunta grieta entre la música y la poesía nunca ha sido real para mí, más bien parece, a veces, una manera de proteger las puertas de la llegada de los bárbaros que, a la postre, ya estaban dentro.

 

S.- Dices en un poema: la gravedad es la fuerza que sobre todos los poetas ejerce el ombligo hacia su centro. ¿Hay demasiada gravedad en la poesía? 

Creo que sí, demasiada. Y demasiada solemnidad y pose vacía. El libro está construido contra esas vanidades. Escribo: quisiera no tomarme tan en serio, quisiera ser solo un obrero de la palabra. La gravedad es una fuerza centrípeta que nos atrapa en nuestro propio ombligo. Christopher Lasch en su libro La cultura del narcisismo, analiza cómo el individuo contemporáneo se repliega sobre sí mismo. La levedad, en cambio, y aquí me remito a Calvino, permite movimiento, distancia o humor, cualidades literarias esenciales para contrarrestar el peso de la realidad. La poesía necesita más globo y menos plomo, más humor y menos envaramiento, hay que aflojarse los corsés.


S.- Tu anterior trabajo literario fue una novela, con mayor relevancia para la trama, en ‘Contra la gravedad de los poetas’ quizá hay más heridas…

La novela me permitió trabajar una estructura externa, pero este libro me exigió algo más íntimo. Aquí las heridas son materiales de trabajo. Algunas son antiguas, otras recientes, pero el dolor y las marcas físicas se inscriben en la cultura y se convierten en narrativa, cicatrices como textos del cuerpo. Hay un tono más confesional, pero también más sarcástico. Es un libro escrito desde la conciencia del límite: físico, ético, generacional. Dos meniscos rotos no es solo una broma: es una metáfora del desgaste.

 

S.- Y hay política en el poemario ¿Qué papel juega o ha jugado la política a la hora de crear este poemario/manifiesto?

Juega un papel esencial, pero no en clave partidista, vivimos en una sociedad hooliganizada, en las que las identidades se tribalizan y se vuelven excluyentes, como en el fútbol, y por eso reivindicar las humanidades y la cultura es urgente. Cuando digo ¿es político? Seguro, y es polietílico, lo digo porque la política atraviesa lo íntimo, lo cotidiano, lo corporal. El cuestionamiento del narcisismo —propio y colectivo— es político. La denuncia de la violencia del mundo es política. Es un libro que asume que la poesía no puede cerrar los ojos y quedarse al margen de la realidad sociopolítica, porque cerrar los ojos también es política, de la peor. 

 

S.- Hablamos de una concepción de la política casi en su versión original, ¿no? No tanto de la política de declaraciones en los informativos de la tele.

Exacto: la política entendida como vida en común, como conflicto y como responsabilidad ética. No la política de titulares, sino la que se ejerce en los vínculos, en la fragilidad, en la comunidad rota y su posibilidad de cura. Esa es la definición de política en Aristóteles: el hombre como zoon politikon (animal político), destinado a vivir en comunidad (polis). En oposición a la política contemporánea como espectáculo mediático, que es la post-política de la que habla, por ejemplo, ?i?ek. Por eso aparecen reflexiones sobre ideología, sistema, civilización… El libro deja esas palabras como piedras en el camino para que el lector tropiece y reflexione con ellas.

S.- ¿Crees que la política actual merece un poema? Lo digo porque la poesía se relaciona con la belleza.

La política actual merece que la poesía no le haga el juego, pero sí merece ser nombrada, con crudeza si hace falta. La belleza no es ornamento: es una forma de verdad. Y la verdad, en tiempos de ruido, es profundamente política.

Hace nada, en una propuesta para que el Gobierno de La Rioja deje de mentir y escatimar recursos públicos a los logroñeses y mande un médico allí donde inauguró un centro médico hace unos meses, durante un pleno del Ayuntamiento de Logroño, leí un poema de Jesús Lizano, pensé que si yo iba a escuchar sus excusas, sus cuentos, ellos bien podían escuchar un poema, había que verles las caras..., por utilizar una expresión popular, eso sí que fue un poema. El acto de leer ese poema en un pleno municipal es poesía en acción, un gesto que recuerda a los poetas sociales como Blas de Otero o a la poesía como arma cargada de futuro de Gabriel Celaya.

 

S.- También hay una dedicatoria a Rafaat Alareer, poeta palestino asesinado en Gaza.

Su asesinato en Gaza me atravesó como me viene atravesando tanta desproporción, tanta sangre y tanta indiferencia y silencio. La banalidad del mal en su peor expresión, que no por conocido y repetido termina de superarse. Ya lo vimos en Alemania y paradójicamente hoy lo vemos en Israel. Por eso escribo: me he acordado ahora de Rafaat Alareer, asesinado en Gaza… Es un poema magnífico en medio de un genocidio. O lo siento cuando leo a Nasser Rabah y tantos otros. No es una dedicatoria simbólica, es un gesto de duelo y de solidaridad, un modo de politizar la vulnerabilidad y cuestionar qué vidas son consideradas llorables en el marco geopolítico actual. Su cometa blanca sigue y seguirá volando aunque lo hayan matado.

 

S.- Y una invitación a unirse a la resistencia y ser el margen de un margen. ¿Sigues creyendo en la poesía como forma de resistencia?

Sí, pero no como épica. Como resistencia mínima, cotidiana, humilde. Escribir desde el margen es una táctica de los débiles para resistir a las estrategias del poder.

Al final del libro se invita a ser, como bien dices, el margen de un margen.  Esa es la única posición ética posible para mí, escribir desde los bordes, desde la fragilidad, lejos de la centralidad que muchas veces nos aplasta. La poesía no cambia el mundo, pero cambia —ligeramente— la manera en que lo habitamos. Y esa mínima torsión, a veces, salva. 

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