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{CULTURA / LIBROS}

'Las sensaciones que produce la lectura no las ofrece ni la mejor película del mundo'

Manel Loureiro, que alcanzó el éxito con 'Apocalipsis Z', presentó su última novela 'Fulgor'

Manel Loureiro es escritor. Su última novela se titula ‘Fulgor’ y propone un juego entre lo cotidiano y lo sobrenatural, entre el bien y el mal, y los límites morales que las personas nos marcamos. Hace tres años, Manel colgó la toga de abogado y se dedicó de lleno a la literatura. Como el mismo reconoce, es uno de esos autores afortunados que puede vivir de la literatura. Ayuda el hecho de que Loureiro es uno de los pocos escritores españoles contemporáneos que ha conseguido situar sus novelas entre las más vendidas en Estados Unidos. El éxito le alcanzó con ‘Apocalipsis Z. El principio del fin’, un thriller de terror, que comenzó a desarrollar en un blog y que alcanzó tal repercusión que en 2007 fue publicado como novela. ‘Los días oscuros’ y la ‘La venganza de los justos’ fueron sus siguientes novelas y daban continuidad a la primera. Después llegó ‘El último pasajero’. El escritor gallego defiende que la literatura tiene que entretener. “Hoy –dice- escribir nada tiene que ver con el malditismo, ni con vivir entre botellas vacías. Cada mañana me siento en mi estudio a escribir, a crear historias. Acaba de presentar ‘Fulgor’, pero ya imagina su siguiente novela./Javi Muro


S.- ¿Cómo entiendes escribir? ¿Cómo te planteas la escritura de ‘Fulgor’?

‘Fulgor’ plantea muchas cosas. Lo primero, es una aventura. Concibo que la novela es un pacto entre el lector y el escritor; un pacto en el que le digo al lector toma mi mano, ven, y te garantizo que durante las próximas 450 páginas no vas a poder parar de leer hasta llegar al final. Ese es el objetivo. Al leer un libro te lo tienes que pasar bien, tiene que ser divertido, tienes que acabarlo, cerrar la última página y decir ‘qué bien me lo he pasado’. No concibo la literatura como un ejercicio de onanismo, de mira que bien escribo pero mira que coñazo. Un libro tiene que ser entretenido, tiene que ser vibrante, tiene que ser emocionante, tienen que pasar cosas, te tienes que sentir, en definitiva, como si estuvieses viendo una película de ésas que te tienen al borde la silla.


S.- … ¿y los personajes?...

No puedes olvidar algo fundamental, la historia tiene que tener elementos que agarren el alma del lector y tienes que crear personajes que conecten con el lector, que se pregunte qué va a pasar. Dicho así parece sencillo y esa es la base, pero es más complicado de lo que parece.


S.-  ¿Qué cuenta ‘Fulgor’? ¿Dónde nos vamos a adentrar al comenzar a leer?

‘Fulgor’ es la historia de su protagonista, de Casandra. Una mujer que tiene una vida ordinaria, en una ciudad tranquila del norte, que un día sufre un extraño accidente de tráfico. Por culpa de ese accidente queda en coma y cuando los médicos ya han abandonado toda esperanza de que recupere la consciencia, un día Casandra se despierta y está, aparentemente, en perfecto estado. Está casi recuperada plenamente, pero hay algunas cosas que no encajan. Los médicos hablan de milagro. Casandra regresa a su casa, se reincorpora a su vida cotidiana –no tiene ninguna secuela, es algo increíble-, pero cuando ha restablecido sus dinámica habitual con la familia, con los amigos, entonces descubre qué es lo que le está pasando. Es una secuela que no se la puede contar a nadie porque nadie le creería. Y lo más grave es que una serie de personas han comenzado a rondar su casa, su vida, a su familia, en busca de algo que Casandra no sabe lo que es, pero que ellos tienen claro que ella lo tiene…. A partir de ahí comienzan a pasar cosas…


S.- ¿Cómo surge la idea de escribir ‘Fulgor’? ¿Cuál fue la chispa que te llevo a iniciar esta historia?

Siempre me he encontrado con dos cosas en mi vida. Una es el famoso instante Forres Gump, el estar en el sitio adecuado y en el momento justo; además, soy un tío que siempre ha tenido mucha suerte. Reconozco la suerte que tenido porque además creo que es un factor esencial. Por otro lado, a mí me pasan cosas. Soy gallego y tengo esa parte de alma celta que emparenta con Gales y con Irlanda, con los trasgos y las meigas, que no existen pero yo los he visto. Me pasan cosas. Y el chispazo de esta novela, porque siempre que arranco con una novela me tiene que haber pasado algo, sucedió hace más o menos dos años. Iba condiciendo mi coche una noche de invierno de enero o febrero, no recuerdo bien, por una carretera rural del interior de Galicia, cerca de Pontevedra. Era una zona muy boscosa, montañosa y la carretera bastante estrecha. Había entrado un frente del Atlántico y estaba cayendo una buena tormenta, caían capas de agua.


S- … el planteamiento promete….

… en la radio sonaba una canción, que había oído muchas veces, pero que no me había parado a escuchar. Es la canción que abre ‘Fulgor’, un tema de Johny Cash, ‘Folsom Prison Blues’. La letra pone en boca del protagonista de la canción, que está en la cárcel, una frase que dice: “Le disparé a un hombre Reno, simplemente, para verle morir”. Aquello me pareció absolutamente terrorífico. Había matado a alguien sólo por el placer y la curiosidad, me pareció inhumano. Estaba dándole vueltas y al mirar por la ventanilla vi como una sombra oscura bastante grande venía corriendo al lado del coche. Era real, no sé lo que era. No paré a comprobarlo, igual un jabalí, un lobo… Esas dos situaciones, dieron el chispazo para comenzar a escribir. Por eso ‘Fulgor’ comienza con dos chicas jóvenes corriendo por la noche por un bosque oscuro perseguidas por una sombra. Tienen que surgir las piezas para decir ¡caray, esta es la historia que quiero contar!


S.- … y a partir de ahí, ¿cómo trabajas las historias? ¿Conoces el final de antemano?

Antes de ponerme a escribir necesito tener claro tres cosas. Cómo empieza, esa chispa de la que hablábamos; cómo acaba, necesito saber hacia dónde voy; y necesito saber cuáles son los principales hitos en el camino. El resto, esos enormes espacios que hay entre medio se van llenando. No se llenar de manera impulsiva, tienes que llevar una brújula para saber hacia dónde vas, si no llevas un mapa al menos lleva una brújula. El riesgo sino es escribir como un pollo sin cabeza.
S.- ¿Eres de los escritores que llenan paredes de post-it con información y datos, de los que crean previamente la vida completa de los personajes, o tú y el ordenador y nada más?

Es la historia de la literatura, los escritores de mapa frente a los escritores impulsivos e intuitivos. Conozco a escritores de los dos tipos. ¿Ventajas e inconvenientes de cada uno? El mapa es una muy buena herramienta porque te permite saber a dónde vas, lo malo es cuando te das cuenta que ese camino no lleva a ninguna parte. Cuando compruebas que esa historia que parecía interesante al comenzar a escribir se te deshace en las manos. Es un problemón porque has elaborado un mapa tan rico que es muy difícil salirse de ahí. El otro extremo, el escritor impulsivo tiene la gran ventaja de que te permite ser como un potro salvaje. Puedes adaptarte a medida que escribes la historia, es una escritura muy intuitiva. ¿Problema? Los famosos bloqueos del escritor, que de repente dices… ahora cómo sigo. Creo que la virtud está en el justo término medio. Necesito tener una serie de waypoints en el camino, una especie de GPS, pero soy consciente de que los espacios intermedios deben de ser más intuitivos.


S.- La sinopsis de ‘Fulgor’ plantea una serie de preguntas como ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar por proteger a los tuyos? ¿Cuáles son tus límites? ¿Qué no harías nunca?, da la impresión al leer la novela, de que esas cuestiones te las planteas al escribir la historia…

No. Cuando escribes una historia te planteas diferentes cosas. Antes te decía que mi objetivo principal es que el lector no pueda parar de leer hasta el final, que lo pase bien. Al mismo tiempo, tienes que tratar de deslizar bajo ese entretenimiento el mensaje de fondo que aborda la historia. En ‘Fulgor’ es esa cuestión, ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar? Todos tenemos una serie de líneas rojas que nos trazamos nosotros mismos, que traza la sociedad, nuestra educación, líneas que sabemos que no podemos atravesar sin sentirnos incómodos.


S.- … pero luego se dan situaciones….

Claro. A mí no se me ocurre atracar al tipo de la caja –la entrevista se desarrolla en la librería Santos Ochoa-, ni hacerle daño a un niño, son líneas infranqueables. Hay líneas rojas de más y menos intensidad. Pero, ¿si la vida de tus hijos, de tus padres, de tu pareja, de las persona que tu más quieres en el mundo, depende de que bajes la pongas una pistola en la boca a ese tío y le robes la caja? Entonces, la pregunta ya no es si lo vas a hacer o no, sino cuanto tiempo va a pasar para que cojas la pistola y lo hagas? Lo que significa es que en esa lucha eterna que hay entre la luz y la oscuridad, entre el bien y el mal, todos nos colocamos en una línea gris.


S.- En ese límite es dónde colocas a Casandra…

Nosotros, con nuestras decisiones, decidimos en todo momento dónde estamos y qué es lo que vamos a hacer. Casandra, la protagonista, es una mujer que lleva una vida normal y de pronto se encuentra con que tiene que tomar decisiones trágicas, dramáticas, de las que aterrarían a cualquiera. Las tiene que tomar porque la vida de los suyos está en riesgo y sabe que el precio que tiene que pagar es mucho más caro. A veces no queda más remedio que pagar ese precio.


S.- ¿Cómo ha sido llevar el personaje de Casandra al límite? ¿Ha sido más complicado por tratarse de un personaje femenino?

Sí, siempre es más difícil. Los hombres y las mujeres a efectos racionales son exactamente iguales, al desafío intelectual respondemos exactamente igual. Hay mujeres más listas y mujeres menos listas, hay hombres más tontos y menos tontos. A nivel irracional, emotivo, impulsivo, sí somos distintos. Eso es lo que nos atrae a los unos de los otros habitualmente. Meterte en la cabeza de una mujer siendo un hombre y crear un personaje femenino cuyas respuestas irracionales sean femeninas, que una lectora lo lea y no diga esto es un marimacho, es terriblemente difícil. Al mismo tiempo es un desafío maravilloso. Ante un problema, los hombres actuamos problema-solución, a machete, es un rasgo muy masculino. Ellas son más poliédricas, antes de afrontar un problema buscan el mejor enfoque. Me interesaba ese reto de crear un personaje que pensaba cada uno de sus pasos antes de tomar una decisión.


S.- En ’Fulgor’ hay un juego de tensiones entre los cotidiano y los sobrenatural, entre lo que es fácilmente explicable y lo que no nos podemos explicar, ¿no?

Casandra, la protagonista es psiquiatra…


S.- Era importante que el personaje principal fuera psiquiatra…

Sí, porque Casandra es una persona tremendamente racional, necesita meter el dedo en la llaga. Cuando en ‘Fulgor’ comienzan a pasar cosas a su alrededor que no entiende y que no puede explicar, la primera pregunta que se hace como psiquiatra es si a raíz de su accidente se está volviendo loca. Es la pregunta que se haría cualquiera. Quizá, en mi caso, tiene que ver con una forma de entender la vida por ese background cultural gallego que tiene ese submundo de lo que existe y no existe,. Hay cosas que no se entienden y que no podemos explicar… todavía.
S.- El ritmo de la novela es, desde el inicio, frenético; tiene ese ritmo que también transmiten las series de televisión…

Esa es la clave. Leer es difícil, leer es una actividad proactiva, tienes que hacer un esfuerzo. La recompensa que obtienes es maravillosa porque las sensaciones que produce la lectura no la ofrece ni la mejor película del mundo, pero eso supone un problema porque no todo el mundo está dispuesto a realizar ese esfuerzo. Además, antes, el libro sólo tenían que competir con el cine y la televisión, pero hoy tiene como rivales también a la playstation, la XBOX, el IPAD, el whatsap, el móvil… Hay estadísticas que señalan que si no eres capaz de conseguir que un lector se quede enganchado a un libro en las primeras cincuenta páginas es probable que no acabe de leerlo. Eso es dramático. Así que tienes que redoblar el esfuerzo para que esas primeras treinta, cuarenta páginas, sean un puñetazo y el lector diga necesito más.


S.- ¿Y la música? A veces el ritmo narrativo y la música tienen mucha relación. ¿Tiene importancia la música en tu proceso de escritura?

No en mi caso, cuando escribo no veo una música asociada a la escena. Eso es algo que está en la cabeza de cada lector. Cuando escribo sí que pongo –es una de mis manías, los escritores tenemos múltiples-, una pieza instrumental en bucle hasta que, finalmente, dejo de oírla. Es una forma de crear una especie de ruido blanco de fondo, que produce un aislamiento sensorial que para escribir es fantástico.


S.- … tus novelas las califican muchas veces de betseller, término que a veces se emplea de forma peyorativa…

No me molesta en absoluto. Una vez en una entrevista en un periódico escribieron –para comprobar si me picaba, supongo- que mis libros eran literatura de aeropuerto. No me molesta en absoluto, llámala como quieras. Para mí es literatura asequible y accesible a todo el mundo. Cuando escribes, tú objetivo tiene que ser que te lea el mayor número de gente posible y el resto son elitismos pijoteros. Eso de ‘yo leo esto, pero sólo lo puedo entender yo y el grupo de elegidos’… No, no, lo tienen que entender todo el mundo. Se leen los libros que hacen a la gente sentir más, la literatura no es sino una manera de transmitir emociones. Aquellos libros que te hace vibrar están bien. El esnobismo en literatura esconde, no siempre pero sí a veces, la frustración del tipo que quisiera ser un betseller pero no lo consigue. Entonces dice… ‘es que a mí sólo me leen los escogidos’ y se viste con un traje de superioridad moral e intelectual.


S.- A partir de Apocalipsis Z llegó el éxito. Has estado en Estados Unidos entre los cien escritores más vendidos y el único no anglosajón… ¿Cómo se lleva?

… en algún momento, durante unas semanas, entre los cinco más vendidos en Estados Unidos. Se lleva con una mezcla de orgullo, perplejidad y miedo aterrador. El mercado editorial estadounidense es el mayor del mundo, es el sitio donde más títulos se publican, donde más libros se venden, donde hay más lectores. Paradójicamente es el lugar con menos puntos de venta porque las grandes cadenas de librerías han tenido que ir cerrando por la crisis y la pequeña librería lo está pasando mal. Allí, un treinta por ciento de los libros se venden a través de Amazon. Es el mayor mercado editorial pero también uno de los más difíciles de acceder. Menos del tres por ciento de los libros que se publican son de autores no anglosajones. No leen a autores no anglosajones. Así que tener éxito es más complicado allí… es lo que comentaba del ‘momento Forres Gump’.
S.- ¿Has conseguido romper esa barrera?

He tenido suerte, como decía, de tener éxito en Estados Unidos y una vez que esa puerta se abre, piensan que aunque tu apellido les resulte impronunciable eres un autor de allí. Entonces se rompe esa barrera mental. Es algo maravilloso porque de repente multiplicas tu base lectora, y el efecto arrastre de la cultura norteamericana hace que se abran las puertas de otros mercados. Te das cuenta de que ya no escribes a nivel local, ni nacional, sino global… y es una sensación extraordinaria. Volvemos a lo mismo, escribo para ser leído y cada vez que un lector cae en una de mis novelas lo que era tan sólo papel cobra vida. Estoy convencido de que hay autores que escriben mejor que yo y que no han tenido ese ‘momento Forres Gump’.


S.- Y con esas cifras y esa presencia en lo alto del ranking de ventas norteamericano, ¿Cómo es posible que llegues paseando a una librería, situada en el centro de una ciudad, y nadie te aborde? En otras profesiones o no profesiones que todos podemos imaginar, hubiera habido un gentío esperando. ¿Existe una injusticia a la hora de valorar el trabajo del escritor?

No, todo lo contrario. Dicen que la fama del escritor es la mejor fama del mundo porque es lo suficientemente buena para conseguirte una mesa en un restaurante y no lo suficientemente buena para que te molesten mientras cenas. Piensa en los autores españoles más conocidos, Pérez Reverte, Javier Sierra, que vende miles de ejemplares… Javier Sierra podría venir andando por la calle y nadie le conocería. Pasaría igual con Matilde Asensi, María Dueñas… No es una profesión mediática. Sí te concede cierto reconocimiento, pero no te da una fama brutal como estar dos semanas en ‘Mujeres, hombres y viceversa’. Además, creo que a mis lectores les tiene que importar tres carajos quien es Manel Loureiro, lo que tiene que importarles es lo que hace Manel Loureiro para ellos. Cada vez que un lector compra uno de mis libros hace un esfuerzo, se rasca el bolsillo y ese dinero le cuesta ganarlo. Ahí, yo soy su empleado y lo que les tiene que importar es mi trabajo, no qué hago con mi tiempo libre.


S.- Al hilo de ‘Apocalipsis Z’, el tema zombi está de actualidad –o sigue-, tú que has entrado en el tema tienes que conocer el motivo… ¿Por qué nos llama tanto la atención?

Son el primer monstruo posmoderno. Los grandes monstruos clásicos, históricos, son del siglo XIX, Frankenstein, Drácula, la Momia. Sólo hay dos monstruos icónicos del siglo XX, uno es Alien y el otro es el zombi, el no muerto. El zombi nos fascina tanto porque somos nosotros mismos. Simboliza algo que nos aterra que es la pérdida de identidad. ¿Qué es lo que nos hace especiales? Tenemos nuestra personalidad, nuestro carácter. Si borramos eso, si nos convertimos en carne ambulante, ya no eres nada, nos aterra perder esa individualidad. Ese monstruo posmoderno es esa cosa maravillosa que se sacó Romero de la manga en los años sesenta con ‘La noche de los muertos vivientes’, influenciado por el vudú haitiano.


S.- Da la sensación que las historias de zombis retornan en momentos de conflicto o crisis…

Desde entonces, desde el relato de Romero, el zombi aparece de forma cíclica y siempre coincide con los momentos de crisis. Quizá, porque es un reflejo de nuestros propios miedos. Aparece, en los años sesenta con la crisis de los misiles de Cuba y el vamos a morir todos en el holocausto nuclear. Vuelve a aparecer a principios de los setenta con la crisis del petróleo; regresa en los ochenta con el culmen de la guerra fría, Reagan, el bloque del este y de nuevo el vamos a morir todos. Queda aletargado hasta finales de los noventa con las plagas de las vacas locas y la gripe del pollo… vamos a morir todos… y ahora de nuevo, cuando parece que nuestro mundo se va al carajo. El zombi es una manera de cristalizar y proyectar nuestros miedos. Nos vemos reflejados en los supervivientes porque no queremos formar parte de la masa. Es fascinante.


S.- Igual debiera haber sido la primera pregunta de esta conversación, pero ¿por qué escritor?

Tenía historias dentro que necesitaba contar. Me di cuenta de una manera un tanto curiosa, Era abogado y la literatura procesal es muy densa, técnica, tiene que ser muy exacta. Me encontraba en el juzgado, con la toga, y le dije al juez: “Señoría me veo en la obligación de quitar el celo del miembro del Ministerio Fiscal”. Pensé: qué es lo que acabo de decir. Y lo que acabada de decir era “que el fiscal se pusiera las pilas que el acusado se iba vivo”, pero claro parecía que le ibas a tocar el pito al fiscal. Me di cuenta que estaba hablando con una voz que no era mía, que quería contar otras historias. Ahí comencé con una historia de no muertos, un mundo donde no hay ni ley ni orden, lo más alejo del mundo del Derecho. Todos los que somos escritores compulsivos llega un momento en que tenemos que encontrar esa historia que queremos contar.


S.- ¿Por qué hay que leer ‘Fulgor’?

Porque es una de esas novelas que te coge de las solapas y te hace caer dentro de sus páginas. Te lo vas a pasar bien, lo vas disfrutar. También porque es una historia que te va a hacer reflexionar sobre dónde están los límites entre el bien y el mal y hacia donde te inclinarías. Y tercero porque quién no quiere conocer la historia de Casandra y descubrir quiénes son esos personajes oscuros que le rondan después de lo que he contado.

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