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{CULTURA / LIBROS}

'Umbrella'

Un relato de Maite R. Ochotorena

Capítulo 1. Solían llamarle Chico, pero, en realidad… nadie sabía su nombre. Formaba parte del día a día, de las noches y sus mañanas, de sus anécdotas, sus rumores y sus temores, y sin embargo… no le conocían. Recordaban vagamente cuándo había llegado, un día gris, mientras la mansa lluvia besaba las calles desiertas, entre charcos y neblinas. Había aparecido de la nada, con su figura desgarbada y su andar errático, la mirada perdida cargada de dudas, la voz muda, los ojos bajos, el semblante pálido plagado de sombras, tintes de una noche triste. Nunca le oyeron hablar, tampoco le preguntaron... No se relacionaba con nadie, era como un fantasma… Chico simplemente llegó y se quedó para formar parte de sus cuentos y entretantos.
Se ocultó en el sótano del viejo edificio, en lo más profundo del agujero más abandonado y lóbrego, perdido en las más hondas tinieblas, bajo el rellano del portal. Allí se escondió, y todos lo aceptaron.
Le apodaron Chico por su aire de eterno adolescente, aunque nadie hubiera acertado su edad. Parecía joven, pero sus ojos hablaban de una antigua edad, de miedos viejos y voces lejanas.
Los ancianos le temían, los niños le evitaban, las mujeres volvían la mirada cuando él se escurría sigiloso hasta formar parte de las sombras y perderse en ellas. ¿Era un mendigo, un “sin techo”, un paria de la sociedad? Mil preguntas se hicieron sobre su procedencia, pero al final creyeron que más bien era un fantasma, una aparición… y tenían miedo de su mensaje, por eso nadie pensó en echarle. Prefirieron que permaneciera en las tinieblas, sin ponerle nombre y apellidos, como una leyenda del edificio. Así resultaba más fácil tolerarle. Le dejaron vivir en las profundidades con tal de que él les ignorase.
Durante mucho tiempo estuvo bien así.


Capítulo 2


Por las noches Chico observaba desde su discreto rincón, siempre a hurtadillas, esquivo aunque curioso. Se sabía sombra en el rellano… un vago presentimiento en las conciencias de quienes habitaban aquel lugar, una perenne pregunta en su rutina.
Tampoco sabía ser otra cosa.
Perdido en un extraño limbo pasaba las horas nocturnas, los atardeceres de lluvia, las macanas de sol, las estaciones ventosas, la nostalgia del otoño o el crudo invierno. Se acurrucaba en su rincón, apretado bajo la maquinaria que daba vida al edificio, entre contadores y motores; cerraba los ojos, escuchaba la constante lluvia barriendo las calles, lamiendo los cristales… presa de sí mismo, del tiempo y el olvido. Nadie sabía lo que hubiera podido ser, nadie sabía de su pasado ni de su futuro.
Él tampoco.
Sólo era Chico, y formaba parte de aquel antiguo edificio.
A veces se sentaba, cruzadas las piernas, los codos apoyados en las rodillas, la barbilla en el mentón agresivo, los ojos intensos clavados en la penumbra. Paseaba la mirada alrededor, repasaba las goteras, las grietas abiertas como bocas hambrientas en las paredes gastadas, los boquetes en el suelo deslucido…; a veces las ratas venían, emergían de alguna rejilla rota o desaparecían por un resquicio disimulado, olisqueaban… se iban; a veces una tela de araña temblaba suspendida en una esquina apartada…
Chico alzaba el rostro para notar la corriente de aire helado… sin sentir nada.
Nadie sabía si soñaba.
Una noche la puerta de aquel sótano se abrió. Fuera llovía. Una corriente de aire dulce se arrastró desde la claridad del umbral hasta el último rincón de la penumbra en que se hallaba. Una joven se asomó.
–¿Eres Chico? –tenía una voz suave, como el murmullo de un río.
Chico no respondió, pero algo se removió en su interior dormido. Se incorporó a medias, adelantado el semblante hacia la tenue claridad que entraba por la puerta abierta. Era muy hermoso, como un príncipe de la noche seducido por la luz de una luna caprichosa que bebiera ávida el arrebato en su semblante. Si embargo su curiosidad duró poco. Muy pronto se ocultó de nuevo en su rincón.
–¿Eres un fantasma?
No respondió.
Mas a partir de entonces ella regresó cada anochecer, como si se tratase de una mensajera que hubiese olvidado su mensaje, igual que él había olvidado qué hacía allí. Tras ella siempre estaba la lluvia, y más allá una extraña claridad… Abría la puerta de su fortaleza sombría, como si aguardara con infinita paciencia a que él respondiera a su pregunta, que siempre formulaba en voz alta:
–¿Eres Chico? ¿Eres un fantasma?
Llegaba, le observaba, preguntaba y se marchaba. Tantas veces regresó que empezó a formar parte de las horas y los días, tantas veces preguntó que Chico al fin salió de su rincón. Se adelantó en silencio, sin que ella mostrase temor.
–¿Eres Chico? –preguntó una vez más la hermosa visitante. Era delicada su figura, frágil como un suspiro primaveral.
–¿Y tú… quién eres? –quiso saber él.
Su voz sonó extraña y hueca en aquel lugar sombrío. Pareció arrancada de las paredes como la costra de una herida reseca. Era la primera vez que hablaba.
La joven sonrió, y su rostro entero se iluminó.
–Soy Umbrella.

Entonces, como si se hubiese dado por satisfecha, dio media vuelta y se marchó.


Capítulo 3


Umbrella había llegado de lo más alto, de lugares distantes del sótano triste donde Chico se escondía; bailaba en las azoteas, bebía del viento, de un amanecer temprano… Infinitos escalones la separaban del sombrío escondrijo de Chico.
Todos la conocían, todos la adoraban… aunque sin querer a veces la olvidaban, a veces la añoraban, a veces la buscaban. Umbrella no era una más, era la luz y el día, se hacía sentir pero no se dejaba coger… Desde que llegó a aquel edificio dedicó su tiempo a pintar sobre el suelo del tejado, entre las flores que crecían de las grietas abiertas por el tiempo amable. Trazó dibujos alegres, retazos visionarios de los sentimientos que encontró entre los vecinos, niños y mayores, abuelos y nietos, madres e hijos, unos y otros. Siempre plasmaba en cada pincelada, con su aliento fresco de flores nuevas, lo que encerraban los corazones de los habitantes del mundo. Umbrella recolectó las esperanzas de los habitantes de aquel edificio, sus promesas, sus anhelos… y sus cuentos viejos.
Al llegar al antiguo edificio, tan lleno de rumores y leyendas murmuradas en secreto, pintó un hermoso cuadro bajo el cielo estrellado… pero dejó en una esquina despejada un hueco inmaculado, sin dibujos ni colores… Lo reservó para un motivo mejor. Aquel rincón, decidió, sería como un regalo, un cofre mágico que guardaba algún misterio aún no desvelado.
Pensó en Chico al dejarlo apartado.
En aquella azotea jamás llovía, pues la lluvia era viajera del pasado y cubría con su manto las calles desiertas allá abajo, no el mundo colorido que Umbrella pintaba a su paso.
Chico provenía de esa lluvia constante, de la soledad, del desamparo, del olvido y el miedo… Umbrella provenía del sol, desde el principio, antes incluso de que Chico hubiese llegado.
Umbrella le visitaba en la noche, tirando de él con sus preguntas, con su insistente dulzura, despertando en su oscuro corazón un ápice de curiosidad, encendiendo en su mente dormida un cierto fulgor… Descendía de las alturas, de la luz y el nuevo día y le buscaba en las horas nocturnas, incansable, insistente, como is no hubiese un mañana ni el tiempo consumiera las horas.
Una mañana gris un rumor comenzó a circular en las gastadas escaleras, en los rellanos y en las puertas… como un susurro sin origen, sólo voces en secreto, murmullos sin fundamento. Se decía que Chico ya no vivía en el sótano. El fantasma lo había abandonado.
–Pero… ¿cuándo?
–No se sabe, aunque lo que es seguro es que ya no está en el sótano…
Ahora habitaba en algún lugar del primero, en un piso vacío aunque cargado de recuerdos. Alguien había visto su figura recortada en una de las ventanas de la que antes fuera la casa del viejo zapatero, un anciano solitario al que creían haber olvidado. Otros aseguraban haber oído sus pasos erráticos, haberle escuchado rondar arriba y abajo. Unos y otros se preguntaban por el motivo de aquel inusitado cambio, sin adivinar que Umbrella era quien le había empujado. Umbrella, con su curiosidad por él, con su constancia y empeño en sacarle del olvido, le había animado a salir al menos un paso lejos de su escondrijo.
A todos les pareció que estaba bien. Ahora Chico era un poco menos fantasma, un poco más humano.
Pero, ¿por qué Umbrella, que era luz y se regalaba de canciones y bailes… se sentía atraída por él, que habitaba las tinieblas y dormía entre plumas de melancólica apatía?
Cada noche, desde que dejara las sombras del sótano para refugiarse en los recuerdos de un anciano, abría la puerta del piso del zapatero, se asomaba en la penumbra y preguntaba…
–¿Eres Chico… o eres un fantasma olvidado?
Nadie sabía bien qué ocurría, nadie hallaba respuesta al misterioso enigma que rodeaba a aquel muchacho sin pasado. Para todos continuaba siendo una sombra sin historia. Había llegado una noche cualquiera, había surgido de la lluvia constante, desde una calle desierta, y allí se había quedado. Ahora estaba en el piso de un zapatero hace tiempo fallecido, perdido entre sus memorias, y estaba bien. Todos estuvieron de acuerdo.
–¿Eres Chico o eres un fantasma?
Él se volvía desde la ventana y miraba a Umbrella sin comprender. No tenía una respuesta para semejante pregunta. Tras los cristales de su nuevo hogar la lluvia repiqueteaba con un sonsonete repetitivo cuya letra él no lograba descifrar. Chico estaba vacío, era un pozo profundo sin recuerdos, sin origen ni futuro…
Sin embargo Umbrella provocaba en su corazón marchito un pálpito agitado. La observaba en secreto durante sus breves encuentros, emocionado. La esperaba ya cada noche, animado por un frágil resplandor que comenzaba a crecer en su pecho marchito de emociones. La hermosa Umbrella abría la puerta y él la miraba ansioso, aunque sin respuestas en sus labios sellados.


Capítulo 4


Chico deseaba poder responder a Umbrella. Quería hablar con ella, tener algo que decir… pero estaba tan vacío… Así que rebuscó entre las cosas del viejo zapatero, se sumergió en los retales de una vida solitaria, buscando su respuesta en el hilo entresacado de un anciano lleno de memorias que no eran suyas. Sin embargo, ni en los libros garabateados con letra insegura, ni en las deslucidas fotos, ni en las cartas, ni en los cajones… halló lo que buscaba.
–No sé quién soy. Seré un fantasma… –pensaba desencantado.
Al decirse aquello se ensombreció su corazón y la lábil llama que lo hacía latir con algo de emoción por poco se apagó. Ansió que llegara la noche para oír a la bella Umbrella formular de nuevo su pregunta, por si con su luz la llama se reavivaba.
–¿Eres Chico, quién eres?
La veía en la oscuridad como un milagro que hacía latir su corazón apagado, escuchaba su voz cantarina y ansiaba ir tras ella, a pesar de las tinieblas que le ataban, a pesar del pozo profundo que agarrotaba su voluntad, su mente y su alma.
Con el tiempo un nuevo rumor rondaba la rutina del rellano de la escalera. Desde la soleada azotea al lóbrego sótano se comentaba que el piso del viejo zapatero volvía a estar vacío. Nadie sabía cuándo ni cómo, pero todos aseguraban en susurros que el extraño Chico vivía ahora en un estudio del que una viuda llorosa se había desprendido. Nadie se inquietó por eso, aunque sin saberlo, empezaban a hablar más de él, le dedicaban su tiempo y su recuerdo…
–¿Eres Chico, o quién eres? –preguntaba Umbrella ahora desde la entrada del amplio estudio, más luminoso, donde la luz del sol podía llenar de hebras doradas los espacios y desterrar las sombras. La lluvia ya no dominaba aquellas paredes, apenas lamía las ventanas y su gris monotonía se mantenía a prudencial distancia en sus dominios, piso abajo,de donde venía Chico–. ¿Eres un fantasma?
Él trataba de contestar, pero en sus labios aún morían las palabras antes de ser pronunciadas, porque no podía hallar la respuesta. Al anochecer se acercaba a la puerta e incluso se asomaba, ansioso por volver a ver a la mágica hechicera. Ella siempre regresaba. Cuanto más la esperaba, más adivinaba su belleza, más caía prendado de su delicadeza…
Temeroso de que se cansara de visitarle por no obtener nada de él, Chico quiso renovar su esfuerzo, buscar en aquel nuevo hogar, por si la viuda, a diferencia del zapatero, hubiese dejado atrás alguna pista que le ayudara a resolver el enigma oculto en la voz de su preciosa Umbrella. Dedicó todas las horas del día a revolver en cada esquina; removió los recuerdos, estudió los cuadros delicados, aspiró el embriagador olor de los perfumes tan ajados, acarició la humedad atrapada en los pañuelos de lágrimas bordados… Más allí tampoco había nada. Aquel hermoso estudio sólo contenía el pasado de un ser desconsolado que no era el suyo, como no lo había sido el del zapatero, ni el del triste rincón en el sótano abandonado.
–¿Quién eres? –Umbrella no parecía cansarse. Le sonreía en cada ocasión, tendida la mano hacia él como si deseara atrapar la suya… Pero él no se atrevía a tocarla–. ¿Acaso eres un fantasma…
Tanto y tanto pensó el muchacho en aquella insistente pregunta que sentado en soledad no se dio cuenta de que fuera lucía el sol. Había ido subiendo hacia lo alto, cada vez más lejos del sombrío hielo del pasado, más lejos de la soledad, de las calles lóbregas, de la lluvia constante... cada vez más cerca del jardín pintado que Umbrella había diseñado en el tejado.


Capítulo 5


Una noche, acurrucado bajo una ventana cualquiera, se dejó bañar por la claridad nocturna que la luna vertía desde el cielo estrellado. Desesperaba por no poder contestar a una pregunta tan sencillas. Parecía tan fácil… Decir quién era, ¿por qué no lo sabía? Chico cerró los ojos, el semblante inclinado sobre el pecho agitado.
–¿Y si no he buscado en el lugar adecuado?
Alzó el rostro nuevamente esperanzado. Faltaba poco para que la joven abriera la puerta. Umbrella le tendería su mano, menuda y delicada, y formularía su pregunta, como siempre.
Entonces se dio cuenta de que la respuesta, que tanto había buscado en otras vidas, estaba en él, sólo en él… Y él estaba tan vacío…
Chico, un muchacho sin pasado, un murmullo en el rellano, un cuento de viejas en los labios del vecindario. Era un fantasma, una sombra difusa, se movía en el ambiguo duermevela de las luces y las sombras, era un sueño sin dueño, un recuerdo sin memoria.
Cuando Umbrella abrió la puerta, en vez de callar, por vez primera le tendió la mano, que ella tomó despacio. Era tímido su tacto, un evanescente rubor en el delicado roce de sus dedos.
–¿Quién eres? –sonrió ella como si fuese consciente del cambio en sus ojos hueros– ¿Eres Chico? ¿Eres un fantasma?
Él, asido a aquella dulce mano, fresca y fuerte pese a su aparente fragilidad… sonrió embriagado por haber podido estrecharla y sentir su tacto liviano. Dio un paso hacia ella. Estaba muy cerca. La luna pálida arrancaba una suave luz de su piel inmaculada. Un destello emocionado iluminó sus ojos normalmente apagados, que parpadearon. Cuando el muchacho habló su voz sonó ronca y rota, vibrante y temerosa…
–Soy Chico. Creo que sólo soy eso, no tengo pasado.
Umbrella sonrió y el mundo entero vibró.
Un muchacho sin pasado, un murmullo en el rellano, un cuento de viejas en los labios del vecindario…
Umbrella le guió despacio, con cuidado… Le sacó al rellano, del rellano a la escalera, de la escalera hacia el tejado… Poco a poco, fuertemente cogido de la mano.
Chico entendió entonces lo que los demás sólo habían sospechado: que Umbrella era la vida misma, que había venido a buscarle, para entregarle su regalo.
Un nuevo rumor se extendió al amanecer, entre los vecinos del rellano. Se dijo entre suspiros conmovidos, entre cigarrillos y recados, que aquella noche mágica un fulgor maravilloso había iluminado el cielo entero. Nadie estaba seguro de qué había ocurrido, pero todos afirmaban haber visto ese resplandor en la azotea, un estallido fantástico capaz de hacer languidecer el brillo de la luna y las estrellas. Unos y otros aseguraron haber visto a Umbrella bailando con Chico, los dos abrazados en un alocado giro lleno de risas y encanto.
El estudio de la viuda volvía a estar vacío, como el piso del zapatero, como el sótano lóbrego. Unos y otros aseguraban que en el hueco sin pintar que Umbrella tanto tiempo había reservado, había ahora un tapiz dibujado, trazado con la luz de las estrellas, el más hermoso cuadro que hubiesen imaginado.
Chico se había marchado… hacia la luz del nuevo día, libre de las cadenas que le habían apresado.
–¿Pero quién era Chico?
–…dicen que no tenía pasado, que era un rumor olvidado, perdido y temeroso de sí mismo. Ahora se ha marchado, y su corazón al fin ha despertado...

 

* Por Maite R. Ochotorena. Autora de la novela 'El Secreto de la Belle Nuit'

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