4504

{DEPORTE / ATLETISMO}

Correr por Nueva York

El Maratón de Nueva York reconocido con el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes

Son las cinco y media de la mañana. Sin pronunciar una sola palabra nos hemos colocado la camiseta de manga larga con el dorsal –el 36.437 es el mío-, las mallas por debajo de la rodilla, y nos hemos abrigado con la ropa que unas horas más tarde, un instante antes de comenzar la carrera, dejaremos en los contenedores propuestos por las ONG’s de la ciudad.


Por la noche, con la devoción y el ritual que exigen todos los acontecimientos relevantes, habíamos dejado todo preparado sobre el pequeño aparador de la habitación del hotel. El dorsal bien atado y cuadrado con sus imperdibles, las barritas, los geles, los guantes, el gorro, el plátano y las lonchas de jamón york para desayunar, si la primera vez funcionó porque cambiar.


Como los buenos, hemos pasado los últimos días concentrados en altura, en concreto en una habitación en el piso 36 del hotel Westin de Nueva York. Ventanas blindadas a su apertura con vistas a edificios que juegan con las nubes y a depósitos de agua colgados de tejados inverosímiles. Para poner los pies en el suelo nos servimos de un acelerado descenso en ascensor hasta la planta baja que deja un leve colapso en los oídos, que ya no vuelven en sí hasta que sentir el aire de la calle.


En el hall del hotel coincidimos con un centenar de compañeros de aventura. Un murmullo se desplaza entre escaleras y butacas. No hay palabras, ni frases, nada inteligible, sólo un siseo que transporta ilusión, emoción, respeto y, cómo no, algo de sueño… son las cinco y media de la mañana y no regresamos de quemar la ciudad como otras veces, sino que hemos decidido comenzar el domingo corriendo. Nos hacemos mayores.


En la calle 42 con Time Square, esperan los autobuses que nos llevarán hasta Staten Island, el barrio neoyorquino desde donde comienza el Maratón. Es noviembre y hace frío, bastante frío, revisamos la mochila una y mil veces: gorro, guantes, un viejo forro polar, agua, isostar y el desayuno. Equipo de supervivencia, enésimo recuento, que no falte nada. Aquí, en Nueva York, no puedes decir “esperen un segundo que ahora vuelvo”.


La luz del día llena poco a poco Manhattan mientras el bus callejea camino de la salida. Aún quedan unas horas para que comience la prueba. Nadie habla de marcas, ni de ritmos, aunque todos hayamos visualizado una y mil veces durante la noche todas y cada una de las zancadas o los pasos por los 10, la media, los 25, 35 y 40. Visualización que, por cierto, si no eres un crack en matemáticas y multiplicas por 1,6 a la velocidad de la luz sirven de poco cuando las distancias están medidas en millas.


Llegamos sobre las siete de la mañana al parque situado bajo el mítico puente Varrazano –punto de inicio del maratón. El comienzo de la prueba está previsto para las nueve. Hay quien duerme, muchos escuchan música, otros tantos conversan al tiempo que aprovechan para desayunar; en las carpas de la organización ofrecen café, té, agua y bebidas isotónicas. Una hilera infinita de baños portátiles recibe la visita interminable de corredores que tratan de eliminar peso y los nervios.

 

No siempre Staten Island y el puente Verrazano fueron el inicio de la carrera. El primer maratón de Nueva York se disputó en 1970 y discurrió alrededor de Park Drive, en Central Park. Entonces, aquellos primeros 127 participantes dieron vueltas a un circuito ante la mirada de poco más de un centenar de espectadores.
Es 7 de noviembre de 2010, en el maratón están inscritos 40.000 corredores y en cada centímetro del recorrido hay miles de espectadores. Hoy es día fiesta en Nueva York, el maratón se celebra con orgullo en la ciudad. Van a dar las nueve y ya estamos preparados. Por delante salen Gebreselasi y sus amigos; algunos estarán de regreso en sus países para cuando los demás lleguemos. Cuando les veo ejecutar esas zancadas tan elegantes pienso que practicamos deportes diferentes. Tengo que confesar que algunas veces, en otras ciudades con menos público en los kilómetros intermedios, me he guardado algunas gotas de energía para tratar de correr los últimos kilómetros con cierta clase, acercándome a meta cuidando cada zancada –modo keniata- que piensen que soy un tipo elegante, aunque el vencedor me haya sacado más de una hora y media. En Nueva York no hay reserva estética de fuerzas que valga, hay gente en cada centímetro, así que el estilo forjado en los parques del Ebro, La Ribera y el Iregua queda desvelado desde el primer kilómetro.


Bueno, en el primer kilómetro no. Es imposible correr de inicio. La aglomeración es tal al darse la salida que la carrera se divide en dos. La mitad de los corredores utilizan la parte superior del puente y siguen un trazado, mientras otro grupo transita por el interior del puente y callejea en paralelo hasta enlazar ambos grupos en el kilómetro seis o siete aproximadamente, cuando el espacio entre corredores ya permite correr sin problemas. Los primeros metros se corren andando y enviando deseos de buena suerte con quienes coincides a un lado y otro.


En Nueva York los corredores se felicitan ya desde la salida y lo cierto es que la primera parte de la carrera discurre como si de una fiesta se tratara, pasada la media maratón-allá por el kilómetro 21- las piernas te insinuarán que igual ya vale de chocar manos con la peña y más aprovechar un poco la línea recta.


Llevan razón. La música al atravesar cada uno de los barrios resalta que el maratón es sinónimo de celebración en Nueva York, pero en algún momento tienes que centrarte y recordar que son 42,195 metros o 26 millas, tanto da.


Gary Muhrcke venció en aquel primer maratón celebrado en 1970. Norman Higgings, Shedon Karlin, Tom Fleming (1973 y 1975) y Norbert Sander cruzaron la meta en primer lugar en las siguientes ediciones celebradas en formato circuito en el céntrico parque de Manhattan.Beth Bonner fue la primera mujer, en 1971. No fue hasta 1976, cuando Fred Lebow, co-fundador de la carrera, decidió rediseñar el trazado para atravesar los barrios que componen la ciudad de Nueva York.


Desde entonces, el Maratón de Nueva York toma la salida en Staten Island y recorre Brooklyn, Queens, cruzando el East River a través del puente Queensboro para alcanzar Manhattan. El trazado se dirige hacia el norte por la Primera Avenida y transita por el Bronx antes de retornar a Manhattan por la Quinta Avenida para adentrarse en Central Park, donde se encuentra la meta.


Bill Rodgers fue el primer vencedor sobre el nuevo trazado. Lo hizo durante cuatro años consecutivos antes de que en 1980 hiciera aparición la figura de Alberto Salazar. Las cuarenta y tres ediciones disputadas han contemplado la victoria de Silva, Paul Tergat, Dos Santos o Geoffry Mutai, que ha vencido en las dos últimas ediciones disputadas –la de 2012 no se celebró como consecuencia de la devastación provocada por la tormenta Sandy- y que ha marcado el récord de la prueba con un tiempo de 2:05:16.


Aquel 2010 cruzó la meta en primer lugar el etíope Gebre Gebremarian. Es probable que cuando el vencedor estuviera aproximándose al final de la maratón, nosotros estuviéramos atravesando algunos de los dos puentes intercalados en el recorrido. Estructuras de ingeniería que parecen espectaculares obras arquitectónicas al observarlas desde la lejanía, pero que se convierten en auténticos puertos de montaña cuando los atraviesas corriendo. No son llanos, son largos y la temperatura en su trazado, expuestos a la brisa de East River, se desploma congelando el sudor que ya te recorre el cuerpo.

 

La espectacularidad del recorrido continúa en la Primera Avenida. Una calle ancha de ocho carriles en los que contemplas delante un sinfín de corredores en busca de completar su desafío. Pica un tanto hacía arriba, pero resulta complicado no elevar también la mirada para contemplar una imagen que define en parte porque el Maratón de Nueva York está considerada la mejor carrera de mundo.
Allí, en la Primera Avenida y a cada metro del recorrido se reproducen escenas de solidaridad entre corredores. La elevada participación genera aglomeraciones en cada puesto de avituallamiento pero es raro el que tira un vaso o una botella sin antes preguntar a izquierda y derecha si todo el mundo ha podido reponer fuerzas. Algo curioso, porque casi ninguno de nosotros bebería agua de una botella que le ofreciera otra persona en la calle.


La fuerzas comienzan a escasear y quizá sea momento de tirar de recursos prefafricados en la cabeza -un maratón también se corre con la cabeza-, recursos que aluden a la épica de esas historias leídas las semanas anteriores con el objetivo de recordarlas como cargador de energía. Si en el primer maratón fue Murakami y su ‘De que hablo cuando hablo de correr’, para Nueva York fueron ‘El ciclista’, de Tim Krabbé y ‘Correr’, la historia novelada por Echenov sobre Emil Zatopek. Si hay leyendas porque vamos a conformarnos con menos. Además, a partir del kilómetro 35 el estilo de carrera nada tiene que envidiar al desgarbado campeón checo… del ritmo no hablamos.


Hablas mucho contigo mismo y eres capaz de convencerte de que no quedan diez exigentes kilómetros, sino la mitad de la distancia que has recorrido todos los domingos durante los dos últimos meses con la idea de completar los 42.195 metros del maratón de Nueva York. Y te convences, y zancada a zancada consigues trocear los kilómetros y las millas que restan en porciones más llevaderas, asumibles.


Diez Kilómetros antes ha comenzado a circular la noticia de que Gebreselasi –quizá el mejor corredor de todos los tiempos- se ha retirado en el kilómetro 25. Entonces comienzan las bromas en el grupillo que ha formado el ritmo similar. Bromas que aluden a esas retransmisiones de Formula 1, en las que Lobato insiste en que Alonso continúe presionando a sus rivales para que comentan un error, aunque circule a un cuarto de hora. “Gebre no ha aguantado que lo presionáramos desde la distancia”. Pequeños trucos para levantar el ánimo cuando las piernas comienzan a doler.


La fiesta continúa cuando llegamos a la Quinta Avenida. El asfalto sigue tendiendo hacia arriba, pero el público te empuja con sus ánimos y no es que vayamos en cabeza precisamente. Tres millas después íbamos a cruzar la meta en el puesto doce mil y pico, pero a la gente que abarrota las aceras eso poco le importa, para ellos da la sensación que tan importante es tu esfuerzo a 5,20 minutos el kilómetro que el de los que han cruzado por allí hace ya un buen rato a un ritmo constante de 3 minutos el kilómetro. Quizá por eso también, el Maratón de Nueva York está considera como la más grande entre todas las pruebas –sin ser la más antigua, ese honor le corresponde a Bostón- que rememoran la gesta de Filípides.


Al tomar la última curva y contemplar la línea de meta al final de la recta, las pulsaciones pegan un nuevo subidón. En esta ocasión provocado por la emoción. Comenzamos a celebrar entre nosotros y junto a la gente que corre a nuestro lado, las últimas zancadas son de felicitaciones y abrazos, parece que en Nueva York las marcas y los registros no importen tanto. La sensación es de haber participado en algo único y especial.


Ahora, los Premios Príncipe de Asturias han reconocido el espíritu de celebración, participación ciudadana y solidaridad del Maratón de Nueva York. “Simboliza –ha explicado el jurado- la mejor convivencia entre el deporte aficionado y el profesional, con más de 50.000 participantes en su última edición... Se ha convertido en la prueba popular de referencia y en uno de los acontecimientos deportivos más importantes del mundo”.


Ya lo dijo Zatopek, "los maratonianos en esencia, somos diferentes de otros deportistas. Si quieres ganar algo, corre los 100 metros. Si quieres experimentar algo, corre un maratón".


Los más de 50.000 corredores que tomaron la salida en noviembre del pasado año seguro que vivieron sensaciones similares. Y quizá también, tras la ducha, buscaron un puesto de perritos calientes en Time Square. Recompensa merecida./Javi Muro


.


Suscripción a la Newsletter Enviar