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{DEPORTE / ATLETISMO}

Spiridon Louis y la leyenda del aguador

Relato incluido en el libro 'Tras el corredor de los pies descalzos'. Editorial Sinindice

El día que Spiridon Louis alcanzó la gloria el favorito para la victoria era Kharilaos Vasilakos. Era el año 1896 y se celebraban en Atenas los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna. Michel Bréal intelectual y amigo del barón Pierre de Coubertin –promotor de los Juegos- había sugerido rememorar la hazaña de Fílipides celebrando una carrera sobre la misma distancia que recorrió en su día el soldado griego para anunciar la victoria en la batalla de Maratón. Pensó que sería un bonito homenaje al origen de las Olimpiadas. Al barón, que pregonaba sin descanso aquello de que lo importante no es ganar sino competir, la propuesta le pareció un reconocimiento inmejorable a leyenda que acompañaba a aquellos extraordinarios deportistas de la Antigua Grecia.

 

Así, el 10 de abril se disputaría la primera maratón olímpica. Al conocer la noticia, los griegos se entusiasmaron y comenzaron a movilizarse para seleccionar al atleta capaz de conseguir la victoria. El principal favorito era Kharilaos Vasilakos que ya había mostrado su calidad en la carrera a pie durante los Juegos Panhelénicos sobre la misma distancia, convirtiéndose en un héroe nacional. Pero Vasilakos no iba a ser el único atleta griego en participar. Ante la emoción que había generado la inclusión de la maratón en el programa olímpico, Grecia designó al coronel Papadiamantopoulos para que organizara unas pruebas de selección de corredores.

 

Papadiamantopoulos repasaba una y otra vez la lista de corredores inscritos para tratar de lograr la clasificación para disputar la maratón olímpica y no las tenía todas consigo. Sospechaba que el mito de los superatletas de la Grecia Antigua que apoyados en los doce dioses olímpicos que vencieron en la batalla de los Titanes –Zeus, Hera, Poseidón, Ares, Hermes, Hefesto, Afrodita, Atenea, Apolo, Artemisa, Hestia y Hades- quizá no fuera suficiente en esta ocasión. El coronel recordó entonces a un soldado que había tenido bajo sus órdenes mientras realizaba el servicio militar y que mostraba buenas condiciones como atleta. 

 

El coronel viajó hasta la localidad de Maroussi y localizó la casa de Spiridon Louis. El antiguo recluta era ahora aguador, vendía agua en la calle –como ya lo hiciera su padre- a los vecinos y comerciantes. La ciudad carecía aún de un sistema de distribución de agua potable. Para sorpresa de Papadiamantopoulos, Sipiron Louis ignoraba que fuera a disputarse la maratón durante los Juegos Olímpicos y conocer la noticia tampoco despertó demasiado interés en tomar parte en una carrera de cuarenta kilómetros de recorrido.

 

Fue precisa mucha insistencia y toda la estrategia militar acumulada por el coronel en sus años castrenses para convencer a Spiridon de que apartara por unos días las garrafas de agua de su vida y se preparara para disputar las pruebas de clasificación. Spiridon comenzó a correr y sus vecinos de Maroussi a emocionarse con la posibilidad de que ‘el aguador’ tomara parte en una carrera de leyenda. Tanto creció el apoyo, que cuentan que sus paisanos llevaron a cabo una colecta para comprarle unas zapatillas adecuadas al reto emprendido.

 

La euforia vecinal y las ilusiones creadas por Papadiamantopoulos comenzaron a diluirse al mismo ritmo que la fatiga acechaba las zancadas de Louis. La cosa no marchaba como había imaginado el coronel, que empezaba a dudar de su intuición cuando comprobó que el recuerdo de las carreras de Spiridon en el ejército no se correspondía con los ritmos que realizaba para clasificarse para los Juegos. La desilusión creció cuando tan sólo logró clasificarse en quinta posición. Papadiamantopoulos no tuvo más remedio que sumarse a la opinión general que otorgaba a Vasilakos la condición de gran favorito.

 

Pero como todo maratoniano sabe, más allá de favoritismo, cuando comienza la carrera hay que correr, hay que saber sufrir, resistir a los pensamientos negativos y transformarlos en positivos, hay que tener fuerza de voluntad, hay que soportar el dolor y estar convencido de que siempre se puede un poco más. El 10 de abril de 1896, en la línea de salida de la Primera Maratón Olímpica de la Era Moderna, comparecieron doce griegos y cuatro corredores extranjeros. Fue el coronel Papadiamantopoulos el encargado de dar la salida y de inmediato el francés Albin Lermusiaux tomó el liderato de la prueba. Las noticias en el estadio olímpico no podían ser más frustrantes. Anunciaban que tres de los cuatro corredores foráneos encabezaban la carrera. Grecia no ocupaba una posición de privilegio en el medallero y la maratón había pasado a convertirse en una cuestión de orgullo nacional.

 

El relato histórico y la leyenda se entremezclan al asegurar que al atravesar la localidad Pikermi, Spiridon Louis se detuvo en un bar y pidió una naranja y un vaso de coñac. Mientras degustaba el ‘aperitivo’ preguntó por la ventaja que le llevaban los corredores que le precedían. Analizó la información y aseguró a los lugareños que los iba a alcanzar a todos. No hay crónicas que aclaren si golpeo con rabia la barra con la copa vacía al tiempo que gritaba: ¡Por Zeus!

 

A los pocos metros, tras superar el kilómetro 32, Lermusiaux comenzó a desfallecer en su ritmo de carrera. Poco a poco fue hundiéndose hasta desmayarse. El liderato de la maratón lo asumía el atleta australiano Edwin Flack. Spiridon Louis ya ocupaba la segunda plaza. En el rostro del coronel comenzaba a dibujarse una mueca que podía llegar a parecer una sonrisa. Seguía sin tenerlas todas consigo, era consciente de la corta preparación que acompañaba a su apuesta.

 

Flack exhausto detuvo sus zancadas unos kilómetros después a un lado de la carretera. Spiridon Louis ocupaba ya el primer puesto. Era una remontada histórica y así lo entendieron en el estadio olímpico donde el público coreaba al unísono el nombre del atleta griego. Un estruendo de aplausos y vítores recibió a Spiridon cuando accedió al anillo y enfiló la última recta hacia la meta. Cuentan que los aficionados griegos llevaron en hombros a Louis hasta el vestuario y allí el rey Jorge I de Grecia, que había descendido hasta la pista para felicitar al nuevo héroe, como si del genio de la lámpara se tratara le sugirió que podía pedirle lo que quisiera. Spiridon no lo dudo y pidió una mula y un carro para poder llevar realizar su trabajo de aguador con mayor facilidad.

 

La fama de Louis se extendió al instante por todo el país; la victoria en la maratón olímpica lo había transformado en un héroe nacional. Para sus conciudadanos, había vencido en la nueva batalla de los Titanes. Para Spiridon Louis la vida no cambió tanto. Regresó a Maroussi y retomó su trabajo como aguador, aunque pasado el tiempo entró a formar parte de la plantilla de la Policía Local.

 

Nunca más volvió a correr, al menos en una competición. Spiridon Louis falleció en 1940 a los 67 años de edad. En la maratón de aquellos Primeros Juegos Olímpicos de la Era Moderna había marcado un tiempo de 2h 58’50’’ sobre la distancia de 40 kilómetros. Doce años después, en los Juegos de 1908 en Londres, la maratón sumó dos kilómetros y 195 metros más a su recorrido. Fue ‘el capricho de la reina’./Javi Muro

 

*Relato incluido en el libro 'Tras el corredor de los pies descalzos'. Javier Muro. Editoral Sinindice

 

 

 

 

 

 

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