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{DEPORTE / ATLETISMO}

Y Kathrine abrió la puerta de Filípides a las mujeres

La lucha de la atleta norteamericana hizo posible que el maratón femenido fuera olímpico

Hay quien dice que siempre hay que estar dispuesto a desafiar las normas establecidas, especialmente cuando son injustas. Quienes defienden este planteamiento de vida quizá no sepan que para correr un maratón -42,195 kilómetros- no vale con ponerse unas zapatillas y plantarse en la línea de salida; hay que dedicarle tiempo de entrenamiento, esfuerzo y sacrificio.


Así que partiendo del convencimiento de que los actos que se rebelan contra las injusticias son admirables, si la sublevación pretende realizarse con la prueba del maratón como protagonista el reto cobra serias dimensiones. En los años sesenta, la participación de las mujeres en la distancia de Filípides estaba prohibida. Se consideraba que las atletas del sexo femenino podían sufrir graves lesiones debido al esfuerzo requerido para completar el recorrido.


Por aquella época, en Amberg (Wisconsin) –una localidad que cuya población no llegaba al millar de habitantes- residía una joven apasionada del deporte y concienciada en los valores de la igualdad de derechos y oportunidades. Esa mujer estaba destinada a cambiar el futuro de una de las pruebas atléticas con mayor historia y tradición. Una mujer, de nombre Kathrine Switzer, a la que la etíope Tiki Gelana -actual campeona olímpica- debería estar eternamente agradecida.


Kathrine rompió una barrera inquebrantable hasta ese momento. En 1967, se inscribió a hurtadillas en el Maratón de Bostón. Tenía veinte años y evitó los estrictos controles apuntándose como K. V. Switzer. Aquel día Kathrine quería disfrutar del exigente placer que representa correr un maratón y demostrar que las normas injustas deben suprimirse.

 

Enfundada en la capucha de su sudadera y vistiendo pantalón de chándal entró en el cajón de salida. Algunos de sus compañeros comenzaron a darse cuenta de su presencia y no dudaron en animarla; la tan hablada solidaridad del corredor hizo su aparición una vez más y no sería la última vez aquel mismo día.

El Maratón de Bostón de 1967 dio comienzo y Kathrine inició las zancadas hacia la meta y, aunque no fuera consciente, también dibujó un camino de apertura de la distancia para las mujeres. Kathrine lucía el dorsal 261. El rumor de su presencia circulaba a un ritmo muy superior al que marcaban los mejores corredores sobre el asfalto. Era cuestión de minutos que algunos de los jueces se percatara de su presencia en carrera. Así fue. Uno de los comisarios la abordó en mitad de la prueba y trató de sacarla del circuito. Ahí surgió de nuevo el compañerismo entre corredores. Un grupo de hombres que corría cerca del lugar donde se estaba produciendo el incidente evitó que Kathrine fuera retirada de la prueba. No sólo eso, la escoltaron hasta la meta.
La marca de la primera mujer en participar en un maratón -4 horas y 20 minutos- fue lo de menos. Lo esencial fueron las consecuencias que, aunque aún tardaran en hacerse efectivas, tuvo la hazaña de Kathrine Switzer. Todo fue para las mujeres atletas  -como en la música tras Los Beatles- distinto. Una joven de veinte años, nacida en la pequeña localidad de Amberg, acababa de derribar una ridícula teoría y una norma discriminatoria.


Aun así, tuvieron que pasar cinco años hasta que las mujeres fueron admitidas de forma oficial en las pruebas de maratón. Por supuesto, Kathrine fue descalificada en Bostón 1967, según los organizadores, por inscripción ilegal.

 

Pero a la historia del deporte no sólo se accede coleccionando medallas de oro, también luchando por erradicar la sinrazón de algunas leyes, que cabalgaban entre la arbitrariedad y la inmoralidad.
Kathrine se convirtió en una maratoniana de elite. Corrió 34 maratones más, obteniendo la victoria en Nueva York, en 1974 y siendo segunda –de nuevo en Bostón-, en 1975, con una espectacular marca de 2 horas, 51 minutos y 33 segundos. Pero también ha  dedicado su vida a organizar carreras (Avon International Running Circuit) con el objetivo de promover la igualdad de derechos y oportunidades. Fruto de ese empecinamiento, en 1984, en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, se disputó por vez primera la prueba del maratón olímpico femenino. La estadounidense Joan Benoit Samuelson fue la primera atleta en colgarse la medalla de oro en los 42,195 kilómetros; otra demostración de superación, ya que comenzó a correr como rehabilitación tras fracturarse una pierna mientras esquiaba. Quizá fuera un guiño del espíritu de Filípedes.


En las carreras organizadas por Kathrine Switzer han participado más de un millón de mujeres y se han disputado en 27 países diferentes y es de suponer que nadie, a poco que conozca su historia, pensará que algo “no se puede hacer” o “nunca se ha hecho así”./Javi Muro

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