6309

{DEPORTE / BALONCESTO}

'No se olvide de apuntarme esa asistencia'

Joe Rucklick, el día de los 100 puntos

Joe Rucklick jugaba al baloncesto en los años 60. Y además lo hacía en la NBA, lo que a priori denotaba que al menos no se botaba el balón en los pies. Entonces los tableros eran de madera, los aros de acero y lo partidos en blanco y negro.

 

Rucklick estudió en la Universidad del Northwestern y jugó en su equipo de baloncesto –los Wildcats- apuntando maneras como talentoso y luchador hombre alto; se movía bien en la pintura. Lideró a los Gatos Salvajes durante tres temporadas, anotando cerca de veinte puntos por partido y capturando más de una decena de rebotes. Eso es hablar en la cancha que diría Trecet.
Pronto atrajo la mirada de esos ojeadores que por allí –y ahora también por aquí- denominan scouters. Tiempos modernos, que diría Chaplin. Los scouters son esos señores que en aquellos años se cubrían con sombrero borsalino aun dentro del pabellón y sujetaban en una mano una libreta y un lapicero y en la otra un  puro Dandy gigante, no fuera a consumirse antes de concluir los cuatro cuartos. Hoy, son esos ejecutivos que llevan en una mano un ipad y con la otra agarran al padre del más talentoso del equipo; mientras la Ley sentencia que tabaco y deporte no pueden asistir a la misma fiesta y el humo tan sólo queda bien como decorado cinematográfico.

 

Los Gatos Salvajes de la Universidad del Noroeste destacaban en aquellos tiempos dentro de su liga; la antesala de la competición profesional. Sus jugadores sentían el calor de los focos apuntándoles como protagonistas del futuro. Era una quemazón que les gustaba y excitaba, al tiempo que les presionaba y a algunos lograba atenazar cuando miraban al aro tan sólo un instante antes de lanzar a canasta. En ese guión, Joe era el protagonista.

Lo que tanto tiempo habían perseguido, el sueño de todo jugador de baloncesto estaba ahí, al alcance de la mano, pero sólo unos pocos entraban cada año en el draff anual. Joe hizo realidad su fantasía y recaló en los Warriors  de Filadelfia; lo que de alguna manera significó que decir que jugaba al baloncesto pasó a ser algo pareccido a una exageración. No es que no lo hiciera, pero menos, mucho menos de lo que había fantaseado. Cinco puntos y tres rebotes por partido, era menos de lo que él había imaginado.


Rucklick era blanco y la historia que contamos se desarrolla en Estados Unidos entre los años 50 y 60, así que por muy literaria que quede la imagen no podemos hablar de las horas que Joe metía en la cancha de su barrio; mientras escamoteaba horas a sus estudios. Nadie conocía aún a Spike Lee, aunque el título de su primera película –Do the right thing- bien pudo haberlo suscrito el bueno de Joe Rucklick.

 

Comenzó la temporada del año 1962 y Joe supo ya en los primeros partidos que no iba a batir el récord de minutos en la pista. En los Warrios jugaba un tal Wilt Chamberlain, apodado ‘The Big Dipper’ (La Osa Mayor); ‘Wilt the Stilt (Wilt ell mazo), apelativo que odiaba; o ‘Goliat’ o ‘Chalmers’.

El entrenador del equipo de Filadelfia diseño una estrategia sencilla: “balones a Wilt’. A Joe esto, en principio, no tenía porque parecerle mal. En principio. Pronto descubrió que las sillas alineadas que llamaban banquillo no eran tan cómodas cuando las ocupabas durante los 48 minutos que duraba el partido. Rucklick respiraba liberado cuando llegaba el descanso y podía estirar las piernas. Y es que Wilt jugaba todos los minutos y él, Joe, era su suplente.


En 1962, Chamberlain completó más de treinta partidos jugando todos los minutos y promediando una media de 50 puntos por encuentro; llegando a fijar anotaciones de 60 y pico puntos. Vamos, en el argot de la cancha “se las tiraba todas”.


Chamberlain era un pivot atípico en aquella época, medía 2 metros y 16 centímetros y pesaba 131 kilos. La ansiedad ante la soledad de los tiros libres parecía el único punto flaco del gigante de Filadelfia. Joe en el mejor de los casos disfrutaba desde su privilegiado palco en primera fila de un pedazo de lo que años después se ha convertido en historia de la NBA. No podía imaginar desde su reclusión que la fortuna le guardaba un papel protagonista.


Fue el 2 de marzo de 1962. Todo transcurría como siempre. Balón a Chamberlain y canasta; todo dentro de la rutina como si de la liga de fútbol española se tratara –El Madrid y el Barsa ganan, los demás hacen lo que pueden. Joe estiraba las piernas en el banquillo; la inmovilidad provoca calambres.


En la cancha Wilt seguía a la suyo, con una péqueña diferencia estaba anotando los tiros libres; 13 de 14 en la primera parte y 41 puntos. Los Knicks de Nueva York no encontraban el modo de pararlo. A falta aún de 24 minutos en la grada circulaba ya el run run sobre un posible récord de anotación de ‘La Osa Mayor’.


En la continuación del encuentro todo fue a más. Chamberlaín parecía jugar con dos balones, el público rozaba el estado de excitación y Joe estiraba sus cuádriceps hasta rozar la línea que delimitaba la cancha de juego. El espectáculo anotador era extraordinario; aunque otros  jugadores de la Liga Profesional no compartían su estilo de juego. “La búsqueda de récords individuales –decían- demuestra que nunca supo cómo se jugaba al baloncesto”. Tal vez jugaba a otra cosa. No hay constancia de lo que pensaba Joe al respecto; aunque nunca –siquiera en los partidos del patio del colegio- ha caído bien el típico jugador que no soltaba el balón. Al  menos, Wilt las metía.


El caso es que la vida te da sorpresas  y a Joe le tenía reservada una de las buenas. Con el reloj del marcador descontando dos minutos el entrenador se giró y ordenó: “Rucklick, adentro”.


A falta de algo más de un minuto, Chamberlain había anotado 98 puntos. Ni un solo espectador permanecía sentado en su asiento. Cien era la única palabra y los jugadores de los Knicks no querían pasar a la historia cómo el equipo al que un tipo les metió, él solito, un centenar de puntos; iban a defender a muerte, como si el título estuviera en juego.


Los Warriors ponen el balón en juego. Nadie duda: balón a Wilt. Tira y falla; ganan el rebote y de nuevo la pelota a Chamberlaín. La jugada se repite. El rebote cae en manos de Joe. A Wilt Chamberain lo defienden tres rivales. Antes muertos que perder la vida, debieron pensar los de Nueva York. Rucklick  está sólo ante la canasta y puede anotar y aparecer así en la tabla de anotadores en un día que iba a pasar a la historia. No se sabe si fue el instinto, el espíritu de equipo o el talento desaprovechado de un buen jugador de baloncesto, pero el caso es que Joe consiguió hacer llegar el balón a Wilt, a pesar de la fuerte defensa que sufría, que anotó su punto cien.


Cuentan que todo el mundo –jugadores, entrenadores y público- invadieron la cancha para felicitar y abrazar al héroe. Todos menos uno.

 

Joe se acercó a la mesa desde la que se controlaba el desarrollo del partido y las estadísticas y educadamente solicitó: “No se olvide de apuntarme esa asistencia”.

/Javi Muro

Suscripción a la Newsletter Enviar