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De Hinault y el Mundial más duro de la Historia a Qatar y los tubulares inflados con petrodólares

El domingo se disputa la prueba en ruta con una amplio abanico de sprinters como favoritos

Hubo un tiempo –créanlo fue así- en que ni siquiera en el fútbol el dinero era lo más importante. Era 1980, la Liga la ganó la Real Sociedad y las alineaciones de los equipos eran más importantes que los peinados de los jugadores. Ese mismo año, en el mes de agosto se disputó el que aseguran ha sido el Mundial de Ciclismo más duro de la Historia. Entonces nadie relacionaba Qatar con el deporte –lo cierto es que hoy en día tampoco- pero 36 años después las desérticas autovías de la monarquía absoluta del Golfo Pérsico acogen el Campeonato del Mundo de Ciclismo hipnotizados sus organizadores por la sugestión de los petrodólares. Si Bernard Hinault –ganador de aquel Mundial de 1980- continuara dando pedales sobre su bicicleta entraría en cólera ante un recorrido que no presenta ni una maldita rampa en la que probar las fuerzas de sus rivales.


Los teléfonos rojos de la guerra fría sonaban insistentes en 1980. Carter anunció el boicot de los Estados Unidos a los Juegos Olímpicos de Moscú -¿alguien propondrá algo similar con el Mundial de Rusia?-, Ronald Reagan le sustituía en el despacho oval meses después y sin que, apriori, existiera relación aparente entre un suceso y el otro, mientras en Canadá, tal y como sucede ahora, gobernaba Trudeau (padre, en este caso) y en Quebec los independentistas perdían el referéndum. Dicen que ese año Ted Turner creó la CNN y se emitió el último capítulo de la Pantera Rosa. Tampoco una cosa debió ser consecuencia de la otroa. Aquel año falleció Félix Rodríguez de la Fuente y fueron asesinados Lennon y monseñor Romero. Irán invadió Irán y en España se fecha en 1980 el inicio de la Movida. Bob Dylan, ahora ya Premio Nobel de Literatura, ocupaba el número uno de los 40 con ‘Man gave name to all The animals’. En la lista estaba acompañado por Camilo Sexto, Los Pecos, Leif Garret, Triana, Tequila, Víctor y Ana, Village People, Kiss y los Stones. En la gran pantalla era el momento de ‘El imperio contraataca’, ‘El resplandor’, ‘Toro Salvaje’ o ‘Gente corriente’, mientras se leía ‘El nombre de la rosa’, ‘Música para camaleones’ o ‘El clan del oso cavernario’. La Vuelta a España la ganó Faustino Rupérez, en el Giro la victoria fue para Bernard Hinault, que lesionado no pudo concluir el Tour. El holandés Zoetemelk ocupó el puesto que parecía reservado para el caimán en lo alto del podio los Campos Elíseos.

 

Concluía la temporada ciclista y llegaba la hora del Mundial. Aquel año se disputaba en Francia, en Sallanches, una pequeña población ubicada en la región del Ródano-Alpes, en el corazón de la Alta Saboya francesa. Hoy en día cuenta con una población de algo más de quince mil habitantes, que seguro eran algunos menos cuando en 1980 desembarcó en la villa el pelotón ciclista profesional para disputar los Campeonatos del Mundo en Ruta. Los directores técnicos de cada selección nacional participante inspeccionaron previamente el recorrido y coincidieron en el diagnóstico. El circuito podía catalogarse de etapa extremadamente exigente al contemplar veinte ascensiones a la cota de Domency, de tal sólo 2,5 kilómetros, pero que presentaba -y presenta- un desnivel medio del 9,4% que superado continúa subiendo, con algunos descensos intercalados, hasta alcanzar los 1.219 metros de altitud.
  El trazado no ofrecía zonas de descanso. La previsión de los expertos es que no iba a haber tregua ni espacio para la recuperación y así fue. Ciento siete corredores tomaron la salida con el objetivo de colgarse una medalla tras superar los 268 kilómetros que marcaba la hoja de ruta. Las apuestas señalaban a Hinault, por supuesto, herido en su orgullo tras tener que abandonar el Tour, al italiano Baronchelli, al escocés Robert Millar e incluso a Vlaemick –el mítico ciclista belga apodado ‘El gitano’ o ‘Monsieur París-Roubaix’, prueba que ganó en cuatro ocasiones en los 70’.

 

En el mismo instante en que el director de la carrera dio la salida Bernard Hinault lanzó el primero de sus ataques. Con el Caimán saltó del grupo De Muynck. Los equipos rivales tenían claro que la escapada del corredor francés, por mucho que parecería un suicidio ante el recorrido que restaba hasta meta, no podía consentirse. Mantenían las fuerzas intactas aún y dieron caza a los dos fugados rápidamente. Fue entonces cuando intentaron la aventura el danés Andersen, el suizo Schmutz y el francés Martínez, que alcanzaron una ventaja de cinco minutos respecto a un grupo cada vez más diezmado. Y es que Hinault marchaba en cabeza del pelotón generando una selección natural de supervivientes a base de fuertes cambios de ritmo. Aquel 31 de agosto, el Caimán estaba disfrutando, corría como más le gustaba, marcando el compás y la sinfonía de la carrera.
En el kilómetro 160 los tres escapados fueron cazados y, al mismo tiempo, comenzaron los ataques más duros de Bernard Hinault. Latigazo tras latigazo fue reduciendo el número de corredores capaces de seguirle. A falta de doce vueltas del final, cuenta la crónica de agencias de El País, la carrera ya estaba seleccionada, tan sólo siete corredores formaban el pelotón delantero. El grupo de los favoritos se desgranaba poco a poco en cuanto los tubulares tocaban las estribaciones de Domency. Cuando restaban tres vueltas tan sólo sólo el italiano Baronchelli aguantaba junto a Hinualt. Baronchelli siempre se había mantenido detrás del francés, en ningún momento osó darle un relevo. Cuentan que Hinault se acercó al coche del seleccionador italiano para sugerirle que colaboraran en la escapada y así asegurar las medallas y éste le explicó que su corredor apenas si podía seguir su ritmo de pedaleo. Aun así, Baronchelli resistió hasta  hasta la última ascensión a Domency. Allí, de pie, bailando sobre su bicicleta, Hinault atacó con un demarraje violento al que el italiano no pudo responder. En el alto, tras superar aquellas rampas que tendían al diez por cierto, el Caimán aventajaba en 26 segundos a su inmediato perseguidor y descendía en solitario hacia la meta de Sallanches. Había asestado el ataque definitivo y era campeón de Mundo. Baronchelli logró colgarse la medalla de plata y el bronce fue para el español Juan Fernández, que ganó a sus rivales en el sprint por el tercer puesto.


Aquella carrera de 1980 tan sólo la finalizaron quince corredores de los 107 que tomaron la salida. Hoy se recuerda como el campeonato del Mundo más duro de la Historia por la ambición de los corredores, pero también por un trazado que invitaba a la batalla. El domingo, en Qatar, serán 190 kilómetros llanos con el aire, la arena del desierto y un kilómetro de adoquines como obstáculos en una carrera que tiene un alto porcentaje de posibilidades de resolverse en los últimos cien metros, sin mucho más historia entre medio. Es lo que sucede cuando se inflan tubulares con petrodólares y el ciclismo parece querer copiar lo peor del fútbol. Esperemos que un valiente ciclista con espíritu tuareg nos sorprenda./Javi Muro

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