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{VIVIR / DISEñOS Y ARQUITECTURA}
El arquitecto Quijote que perseguía la curva de Einstein
Óscar Niemeyer es uno de los arquirectos referente de los siglos XX y XXI
¿Puede haber algo mejor para un arquitecto que el encargo de crear una nueva ciudad desde la nada? Ese es el cometido que recibieron Luis Costa y Óscar Niemeyer en 1956 por parte del Gobierno de Brasil. El primero –pionero de la arquitectura moderna del país carrioca- se encargaría del urbanismo; Niemeyer de los edificios y de convertirse en uno de los mejores y más prestigiosos arquitectos de los siglos XX y XXI.
Niemeyer era un joven bohemio que disfrutaba de las calles de Río de Janeiro, ciudad en la que había nacido en 1907. Despreocupado por su futuro como todo buen amante de la vida desordenada se casó a lo veintiún años y todo cambió. Sintió el impulsó de trabajar y de acudir a la Universidad. Así que metió horas en la Linotipia de su padre y se graduó como ingeniero arquitecto en la Escuela de Bellas Artes.
Óscar Niemeyer falleció el pasado 5 de diciembre a la edad de 104 años y siempre supo reconocer una oportunidad cuando se presentaba ante sus ojos. Así fue, cuando a pesar de los problemas económicos que atravesaba aceptó comenzar su carrera trabajando gratis para el estudio de Lucio Costa. Estaba convencido de que la cercanía a aquel innovador arquitecto le reportaría otras virtudes más allá de las monetarias.
Poco a poco sus ideas pasadas a lápiz cobraron cierta reputación. Era el año 1945 y la Segunda Guerra Mundial había convertido a Óscar en un joven idealista afiliado al Partido Comunista de Brasil. Dicen que fue un comunista entusiasta.
Unos años antes, el alcalde de Belo Horizonte, Juscelino Kubitschek, prendado de alguno de sus bocetos, le había invitado a proyectar una iglesia y un casino, junto a uno de los lagos del municipio. Ese templo en honor a San Francisco, con sus novedosas líneas curvas, catapultó a Niemeyer hacia la fama.
Unas líneas curvas que el arquitecto brasileño relaciona con la naturaleza, con los paisajes que conoce y ha disfrutado. “No es el ángulo recto el me atrae, ni la línea recta dura, inflexible, creada por el horizonte. Lo que me atrae es la línea curva, sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de los ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida. De curvas esta hecho todo el universo; el universo curvo de Einstein”.
La explosividad de su estilo rompe fácilmente las fronteras, lo que en 1954 supone para Niemeyer un doble triunfo. Por un lado, formar parte del equipo que diseña la sede las Naciones Unidas en Nueva York; por otro –y no menor- trabajar junto a Le Corbusier, arquitecto de cuya escuela, sino religión, es fiel seguidor.
Y desde ese punto regresamos a la pregunta de origen, ¿Puede haber algo mejor para un arquitecto que el encargo de crear una nueva ciudad desde la nada? Cada cual tendrá su respuesta, pero nadie negará lo ambicioso del proyecto y, sobre todo, el desafío a la creatividad que representaba.
Crear Brasilia desde cero y convertirla en la capital del país no es una ocurrencia melómana del gobierno de turno. La idea se remonta a 1917, cuando el marqués de Pombal propone interiorizar la capital de la entonces colonia portuguesa y establecer así, una capital administrativa alejada de la costa. Años después, en 1821, el líder independentista, José Bonifacio, sugiere el nombre de Brasilia. Ya la primera Constitución republicana (1891) recogía la creación de Brasilia en un punto cetral de Brasil.
Así que Lucio Costa y Óscar Niemeyer se repartieron el trabajo; el urbanismo para uno, la arquitectura para el otro. Y trataron de crear una ciudad utópica, en la que se eliminaran las clases sociales. Algunos la renombraron como Ciudad Esperanza. Hoy sigue siendo la capital de Brasil y acoge a 2,5 millones de habitantes; la cuarta en población del país.
La construcción de Brasilia comenzó en 1956 y fue inaugurada en 1960. Fueron 41 meses de trabajo. Hoy es, junto a las capitales de Malasia y Birmania, una de las ciudades de más reciente creación.
Brasilia se diseñó sobre una base en forma de avión, cuya cabina apunta al sureste. Su característica principal son sus grandes avenidas, en las que se distribuyen los edificios públicos y los dos barrios originales de la ciudad; uno al norte y otro al sur -serían las alas de ese hipotético avión-, divididos por lo que denominan supercuadras que acogen enormes conjuntos de edificaciones.
En la parte central de la ciudad se encuentra la plaza de los Tres Poderes y los edificios de las diferentes administraciones; todos con la altura máxima de nueve pisos.
Óscar Niemeyer dejó su firma en la mayoría de los elementos arquitectónicos de la Brasilia original. La catedral, el Congreso Nacional, el Palacio Alvorada, Palacio Itamoratay, Palacio Planalto –todos ellos destinados a uso administrativo-, entre otros residenciales y comerciales.
El 21 de abril de 1960 Brasilia queda inaugurada y en 1987 la UNESCO la declara Patrimonio Cultural de la Humaniad.
La fama y el prestigio de Niemeyer se multiplicó exponencialmente y la su presencia era requerida en países de todo el mundo. Fue al regreso de un viaje a Israel, en 1964, cuando se encontró con un Brasil en pleno golpe de Estado. La dictadura llegó a invadir su estudio y sus proyectos fueron rechazados de forma continua. Renuncia como protesta a su puesto en la Universidad y tras un viaje a Francia para participar en una exposición sobre su obra en el Museo de Louvre, se ve obligado a exiliarse.
Quizá en ese momento, resurgió el Óscar que sabe ver cuando una oportunidad se sitúa delante de uno. Fuera como fuera, el caso es que abrió su nuevo estudio en los Campos Elíseo y comenzó a trabajar por toda Europa y el norte de África, Argelia, Argel, Francia, Italia, Portugal e incluso Malasia.
En los años ochenta, finalizada la dictadura, Niemeyer regresa a Brasil y diseña elementos simbólicos como los sambódromos de Río de Janeiro y Sao Paulo. Recibe constantes e importantes reconocimientos por su trabajo. En 1987 el Premio PritzKer –el nobel de la arquitectura- y dos años después, el Premio Príncipe de Asturias de las Artes.
Es precisamente en Asturias donde se levanta, junto al Puerto de la Música de Rosario (Argentina) o el Auditorio de Ravello (Italia), uno de los últimos proyectos del arquitecto brasileño, el Centro Cultural Internacional Óscar Niemeyer de Avilés. Donó el diseño con motivo del XXV aniversario de los Premios Príncipe de Asturias y en calidad de galardonado y decía que estaba concebido como un lugar “para la cultura, la educación y la paz”. Es el único edificio con la firma de Niemeyer existente en España. El centro de Avilés tenía, según han contado sus colaboradores, connotaciones especiales para el arquitecto, ya que cumplía una función social y pretendía recuperar una zona industrial en abandono, algunas de las preocupaciones que siempre acompañaron al trazo de su lápiz al dibujar cada edificio. Aseguran que para Niemeyer todas las artes estaban unidas, enlazadas, y que defendía que la arquitectura "no era lo importante sino la vida que genera y la oportunidad que ofrece para hacer un mundo mejor”. Los que lo conocían bien aseguran que en su estudio tan sólo tenía una escultura, la del Quijote. Para que más./Javi Muro
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