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{ARTÍCULOS DE OPINIÓN}

Mamá, ya no quiero ser artista, yo quiero ser retwitteada y favorita, tener más likes que nadie y ser trending topic

Una novela, 'La ladrona de libros', me llevó este año a visitar la región Bávara y a elegir, en concreto, una visita: el campo de concentración de Dachau, situado a trece kilómetros de Munich. Hace más de diez años ya estuve en Auschwitz, localizado en Polonia, el cual fue, además de campo de concentración, campo de exterminio nazi. El sentimiento que te embarga al traspasar las puertas de hierro de ambos lugares es el mismo, tristeza, respeto y silencio. Un silencio apenas roto por las pisadas de los zapatos en la gravilla que cubre lo que anteriormente fueron grandes extensiones de asfalto, las cuales guardaban el calor del verano con el fin de que se convirtiera una tortura añadida el permanecer horas de pie formando en la explanada principal.


Una sola cosa diferenció ambas visitas. En esta última, la guía nos pidió que no nos retratáramos si no que únicamente hiciéramos fotografías de documentación. Aquel comentario me recordó a un selfie que fue tristemente famoso el año pasado. Una joven norteamericana sonriendo con los barracones de prisioneros en Auschwitz como testigos mudos a su espalda. Un tweet viral, que fue noticia en periódicos, televisión y se convirtió en objeto de crítica y repulsa.


Este año, vi a una señora fotografiándose delante de la imagen que acompaña a estas letras. Señalaba a los prisioneros y componía su mejor sonrisa. Después, rio junto a otra compañera comprobando el resultado en la cámara. No me sorprendió, aunque observé varias miradas de reprobación dirigidas veladamente hacia su persona. Incluida la mía, no lo voy a negar. Recuerdo que cuando visité Auschwitz, muchos de los turistas se inmortalizaban con la cabeza metida en los hornos crematorios o sacando la lengua e imitando un burdo desmayo en la cámara de gas. No estaba mal visto. Tampoco existía Facebook, ni twitter, ni teléfonos con el objetivo invertido, caldo de cultivo del nuevo Narciso.


No soy fan de las nuevas tecnologías, quizá porque ya me alcanzaron adulta o porque siento una especie de vergüenza al exponer mi vida privada a través de las redes. Sin embargo, soy una activa seguidora de las mismas y entiendo su importancia en los tiempos que vivimos. No tengo fotografías en Auschwitz o Dachau, pero sí en otros lugares que fueron escenarios de tragedias, campos de batalla o cementerios milenarios, como pueden ser las pirámides de Egipto, la Torre de Londres o Culloden, donde están enterrados los últimos escoceses que lucharon por su libertad.


Considero que la diferencia se encuentra en que nadie piensa que fotografiando Keops sonriendo sobre un camello perturbe o viole el descanso de los muertos. El tiempo. Quizá dentro de cien o doscientos o quinientos años, los campos de concentración sean simples lugares turísticos y no museos memoriales. En parte, porque es de esperar que haya nuevos escenarios para cubrir la crueldad humana, y porque la memoria es así, esquiva y olvidadiza.


Pero esto me lleva a plantearme una cuestión: ¿Hasta dónde somos capaces de llegar por conseguir el hashtag viral que nos convierta en trending topic? Lo más curioso es que en la mayoría de las ocasiones (me refiero a particulares, no a empresas) se consigue de forma casual. En el caso de la joven norteamericana fue encendiendo las redes por la ofensa hacia algo que pertenece a un pasado reciente que no se debe olvidar. En otros casos, puede ser otra fotografía, que de no existir estos medios de comunicación, no habría salido del ámbito familiar y amistades que se prestan, más o menos dispuestas (en realidad, a regañadientes), a que les enseñes tu último viaje; o bien a un comentario desafortunado, que si se hubiera hecho en la barra de un bar no hubiera pasado de unas cuantas risas o insultos (dependiendo el tono, la cuestión y el criterio).


El hacerlo público es lo que ofrece al mundo la posibilidad de opinar. Y nadie tiene la misma opinión sobre un mismo tema, puede que se parezcan, que se solapen, que discrepen o que lleguen a un acuerdo. Eso es la libertad de expresión, no la libertad de odiar. Porque nada es más viral que el odio. Como diría mi abuela: "Nada nos gusta más que hacer leña del árbol caído". Y tenía razón, hemos pasado de los corrillos en los pueblos situados en las puertas de las casas, las partidas de mus de los bares, las reuniones de madres y padres a la salida del colegio a, directamente, emitir nuestra opinión (que muchas veces no la diríamos en voz alta) con la ventaja que permite tener un nick o profile falso o que es imposible relacionar con nosotros. O que simplemente, no nos parece tan importante hacerlo a través de Internet, dónde (aunque quede grabado y sea relativamente sencillo rastrearlo) es tan efímero como un suspiro.


Pero, ¿alguna vez nos preguntamos qué siente la persona que está detrás del comentario o fotografía vilipendiada que se convierte en viral y objeto de estudio por expertos, leguleyos o entusiastas emitiendo ese candoroso comentario y crítica que contribuye a hundirte moralmente un poco más?


¿Somos jueces, verdugos o simples víctimas?


¿A costa de qué deseamos conseguir el éxito?


Debo admitir que desde que Caroline March, el pseudónimo con el que escribo novelas, es una persona pública, disfruto enormemente de la interactuación con los lectores, que me hacen llegar sus comentarios a través de Facebook, Twitter, mi blog o mi página web; cuelgan pequeñas frases o extractos de mis libros o me indican (ésta fue la frase más divertida): "Si no existieras, habría que inventarte". Que se lo digan a mi familia o amigos en determinados momentos, igual no estaban tan de acuerdo… Ellos son el motor que aúpa a un personaje o lo hace caer. Solo ellos. Y hay de todo, como en botica, detractores y defensores. Me quedo con éstos últimos, ya saben, así una vive un poco más feliz, aunque sea en el mundo virtual.


Debo confesar y confieso que nunca he conseguido ser trending topic. También es probable, altamente probable, casi indiscutible, que no lo consiga nunca, o bien porque no me esfuerce demasiado o bien porque no sea lo suficientemente torpe, cruel, incisiva, creativa, o porque mi destino no está escrito en el firmamento de Internet, si no en el de andar por casa, el de tú a tú, o para ser consecuente con la modernidad, el "face to face".

 

No obstante, me gustaría concluir diciendo que si alguien conoce la fórmula para triunfar, aparte del trabajo que nos respalda, con el apoyo de tweets, cuentas de Instagram o Facebook, que me lo cuente. Eso sí, por 'privi', no vaya a ser que otros se adelanten…que una no puede contar con el apoyo de Brad Pitt, Jared Leto o Julia Roberts como Ellen DeGeneres en los Oscar del año pasado, el tuit más retwitteado de la historia. Como mucho, mucho…con una foto de David Gandy a tamaño natural en un autobús de Londres, y comprenderán que no es exactamente lo mismo… Reproduzco y memorizo como un mantra las palabras de Cara Delevingne, actriz, cantante y modelo, además de ser una de las más comentadas en las redes sociales: "No hay mayor venganza que el éxito". Ya saben, por aquello de que todo se pega menos la hermosura… /Caroline March autora de 'Si sólo una hora tuviera'.


* Caroline March es el seudónimo literario tras el que se encuentra una Licenciada en Derecho cuyas lectoras insisten en denominar 'hacedora de sueños', aunque ella se define como 'contadora de historias', ya que desde la primera vez que tuvo un libro en sus manos quiso llegar a expresar sus sentimientos con palabras. Lo consiguió con su primer libro 'Búscame en tus sueños' que fue finalista, por fallo unánime del jurado, del Premio Vergara del año 2013. Su segundo libro 'Mo anam cara' fue ganador del certamen internacional HQÑ en el año 2014. Ha seguido publicando, tanto en género histórico fantástico como romántico actual. Este año se le ha concedido el premio a 'La autora revelación del 2014' por la prestigiosa web Rincón de la Novela Romántica.       



Autor: Caroline March

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