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{CULTURA / MúSICA}

Bowie

La noticia comienza a navegar por las Redes Sociales al comienzo de la mañana del lunes 11 de enero. A primera vista, parece el típico bulo de Internet, tampoco se quiere dar crédito a que David Bowie, el mismo David Bowie que ha publicado el día 8 de enero su nuevo disco Blackstar, había fallecido. Pero en pocos minutos se confirma la noticia y las Redes Sociales se llenan de mensajes de condolencia y de tristeza por la desaparición de uno de los grandes mitos de la música popular y los periódicos y revistas comienzan a publicar sus obituarios. David Bowie nos deja con 69 años víctima de un cáncer de pulmón que le detectaron hacía dieciocho meses y que su familia y él habían mantenido en secreto. Blackstar, su vigésimo quinto disco de estudio, se convierte en su testamento, con dos vídeos que adquieren un nuevo significado, ‘Blackstar’ y ‘Lazarus’.


Segunda mitad de la década de los 80, cuando comenzamos a adquirir los primeros indicios de una cultura musical la generación nacida en los 70. Como no tenemos hermanos mayores que nos guíen por ese camino, ni tampoco otras figuras que cumplan esa función, nuestros medios de socialización son las radios comerciales y los programas de televisión (que entonces existían). David Bowie ya forma parte de ese escenario, aunque desconocemos su relevancia e influencia. Para nosotros, Bowie es el personaje de una película como Dentro del Laberinto (1986), con esa imagen icónica. Musicalmente, en esa década nos llegan los ecos de sus éxitos más vinculados al pop bailable, con esos toques electrónicos, como ‘China Girl’ (1983, coescrita junto a Iggy Pop y que ya había salido en 1977), ‘Let’s Dance’ (1983) o ‘Blue Jean’ (1984) y, como estamos en tiempos donde comienza a mandar el videoclip, cómo olvidar ese horroroso documento que perpetró junto a Mick Jagger en 1985, la versión del clásico de 1964 ‘Dancing in the Street’ de Martha and the Vandellas y coescrito por el gran Marvin Gaye. Y no debemos olvidar el mítico ‘Under Pressure’, junto a Queen, lo único salvable de uno de los peores discos de la carrera de los británicos, el Hot Space de 1981. En definitiva, no había que tener una cultura musical muy profunda para saber quién era David Bowie, aquel ser extraño, elegante, inquietante, con un ojo de cada color, aquel individuo que ya estaba en lo más alto del Olimpo musical.


David Robert Jones (1947) nació y creció en Brixton (Inglaterra), en un entorno humilde. Como muchos de sus coetáneos, acabó a finales de los sesenta en el Swinging London, influido por el R&B norteamericano, pero ya con veinte años debutó con un disco, David Bowie (1967), en el que iría marcando sus señas de identidad, una derivación hacia sonidos más pop y psicodélicos que se concretarían en su segundo trabajo en 1969, de mismo título, donde ya iba a mostrar una de sus características más relevantes: su personalidad camaleónica, su capacidad para interiorizar tendencias y para adelantarse a ellas, convirtiéndose él mismo en la senda a seguir. De esta forma, llega al Glam – Rock, donde aporta una imagen ambigua, su rock abierto a influencias que van desde el folk al posiciones más artísticas, su épica y su intensidad. Son años de grandes discos y de escándalos, clásicos como The Man Who Sold the World (1970) y Hunky Dory (1972), hasta llegar a su obra cumbre que es The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972). Allí crea uno de sus personajes más fascinantes, el andrógino Ziggy Stardust, en un disco que es un referente con mayúsculas. En esos pocos años de carrera, Bowie ha sido capaz de componer grandísimas canciones como ‘Space Oddity’, ‘The Man Who Sold the World’, ‘Changes’, ‘Life on Mars’, ‘Starman’, ‘Ziggy Stardust’…Ya es una de las grandes figuras no sólo de la música sino del arte en general y su influencia se deja notar. Lou Reed le llama para producir junto a su fiel guitarrista Mark Ronson otro clásico, Transformer (1972), e Iggy Pop otro disco que no se queda atrás como es el Raw Power (1973) de The Stooges.


Siempre en movimiento, siempre cambiando, Bowie no parará en esta primera parte de la década de producir discos y temas que también alcanzarán el estatus de clásicos, como por ejemplo ‘Diamond Dogs’, ‘Rebel Rebel’, ‘Young Americans’, ‘Fame’, etc. En otro giro, se instala en Berlín donde realizará su denominada ‘trilogía berlinesa’, producida por Tony Visconti, más experimental y electrónica a la vez que introspectiva, pero sin perder su épica. Low (1977), ‘Heroes’ (1977) y Lodger (1979) también están entre lo más celebrado de su carrera. En 1980 llega su décimo cuarto disco (prácticamente en los mismos años), Scary Monsters (and Super Creeps), un nuevo giro más comercial con respecto a sus tres discos anteriores, y para muestra el soberbio ‘Ashes to Ashes’, otro hit.


Pero en los 80 nos encontramos con un Bowie que no alcanzará esas cotas creativas pero sí una gran popularidad. Adaptándose de nuevo, Bowie transitará por esos años con éxitos como los ya citados ‘China Girl’ o ‘Let’s Dance’, con colaboraciones con Iggy Pop, Tina Turner o los ya mencionados Queen y Mick Jagger, y su incursión en el cine. Curiosamente, son los años de las bandas de Rock americano que más van a beber del Glam Rock, llevándolo a un terreno más duro y también posiblemente más banal. Bowie se va saliendo del foco, y a finales de los 80 busca endurecer su sonido con su proyecto Tin Machine, con los que publicaría dos discos en 1989 y 1991 y que no alcanzaría los resultados deseados.


Paradójicamente, cuando Bowie tiene menor visibilidad, sus influencias comienzan a hacerse muy explícitas, no sólo las ya señaladas sino en bandas como Suede, claramente deudores del sonido de su primera etapa. También alcanza un reconocimiento para nuevos públicos con la inclusión de la versión acústica de ‘The Man Who Sold the World’ en el póstumo MTV Unplugged in New York (1994) de Nirvana. Bowie continuará publicando discos en los 90, aunque su trascendencia será mucho menor, mientras bandas como Placebo o Marylin Manson, entre otras muchas, se suman a la lista de gente que posiblemente no se entendería sin Bowie. Cada vez menos trascedente, aunque ya reconocido hace tiempo como una de las grandes figuras de la música, David Bowie graba su antepenúltimo disco en 2003, Reality, tras su enésimo resurgimiento con Heathen (2002).


Icono de la modernidad, y por supuesto de la posmodernidad, con el mundo de la música ya fragmentado y con el Rock cada vez menos relevante, Bowie seguirá marcando tendencia y su influencia no dejará de notarse. Ahí está una de las bandas más importantes desde la década pasada, Arcade Fire, que nunca podrán agradecer a Bowie su apoyo para despegar en el lejano 2004 y con los que colaboraría en su último disco, Reflektor (2013).


Tras una década de retiro, con algunos rumores sobre su estado de salud, a Bowie todavía le quedaba tiempo para un último regreso, una reinvención más. Podríamos agotar todos los tópicos posibles para definir este testamento que deja una de las grandes figuras de la música. Primero con su disco de 2013, The Next Day, éxito de crítica y público donde vuelve a abrazar tendencias más experimentales y artísticas, de la mano de su inseparable Tony Visconti. Y, en segundo lugar y especialmente, con Blackstar, una obra que incide en esa dirección y que la supera en calidad a tenor de las críticas. Un Bowie sabedor y consciente de su destino final y, como siempre, un paso por delante, deja su testamento.


Polémico, transgresor, camaleónico, irregular, provocador, calculador, manipulador…un genio en definitiva, una de las carreras más importantes de la música y con una influencia que se expande hasta la actualidad, especialmente su época más creativa, la que nos llevó a Marte y a las estrellas; la que nos hizo pensar que podríamos ser héroes, aunque sólo fuese por un día; la que nos hacía bailar al ritmo de los jóvenes americanos y que podríamos ser rebeldes, de verdad o no. Todo ello era David Bowie, y mucho más./Sergio Andrés. Los Restos del Concierto


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